December 17, 2006

Pinochet se ha ido, pero sus métodos siguen con nosotros

Adnan Saddiqui y Victoria Brittain ©The Guardian-Tortura, cárceles secretas y desapariciones: todas muestran el legado de Augusto Pinochet. Es una cuestión lamentable que el ex dictador chileno —que llegó al poder en un golpe de estado apoyado por la CIA el 11 de septiembre de 1973— haya escapado al juicio por abusos a los derechos humanos en su enloquecida lucha por el poder. Pero es una cuestión más lamentable aún que las mismas herramientas y los mismos auspiciantes hayan vuelto a la acción hoy, con igual impunidad, en prácticas que forman parte de la “guerra contra el terrorismo” iniciada después del 11-S del 2001.

Cuando la administración Bush llevó a sus 14 sospechosos más valorados, provenientes de varios países, a la bahía de Guantánamo en septiembre, el presidente Bush mismo aceptó por primera vez la existencia de una red de prisiones de la CIA. Esto tenía la intención de cerrar un capítulo que se había vuelto embarazoso para Washington. La práctica de Estados Unidos de secuestros ilegales, conocida como “rendición extraordinaria”, y la detención y tortura secretas que fueron parte de ésta finalmente, después de más de cuatro años, se habían convertido en un escándalo condenado por muchos políticos europeos, funcionarios de la ONU y abogados internacionales, al igual que por grupos de derechos humanos en Estados Unidos.

Pero, como revela un reporte nuevo de Cageprisioners, el grupo de monitoreo británico, los hombres detenidos en Guantánamo son sólo la punta del témpano: miles más están escondidos en otras partes, fuera del alcance de la ley. La “guerra contra el terrorismo” se está cobrando un precio terrible en las familias musulmanas y las sociedades, a través de un amplio programa de detención y tortura secretas.

Desde enero de 2002, cuando los primeros hombres musulmanes fueron llevados de Afganistán a Guantánamo, se estima que 14 mil hombres han sido detenidos. Han sido escondidos en prisiones, barracas del ejército, hoyos en el suelo, casas privadas, hoteles y escuelas. Quienes los tienen a su cargo han estado en cadenas de comando similares, incluyendo al departamento de defensa de EU, la CIA y los servicios nacionales de inteligencia de muchos países, tales como Gran Bretaña.

El reporte Cageprisioners es un meticuloso registro de información correlacionado el testimonio de numerosos prisioneros liberados en muchos países y de abogados tales como Clive Stafford Smith y su equipo en Reprieve, que representa a algunos de los hombres en Guantánamo y que ha podido hablar con ellos. Pero la declaración de Stafford Smith, en cuanto a que al menos tres cuartos de los hombres en Guantánamo nunca ha visto a un abogado, y que éstos representan sólo 4 por ciento de todos los encarcelados durante la guerra contra el terrorismo, es un atemorizante recordatorio de lo poco que han podido penetrar los de afuera en este mundo oscuro e ilegal.

Los países que se enumeran como siendo utilizados por Estados Unidos incluyen a Tailandia, Alemania, Grecia, Dubai, Jordania, Egipto y Siria, mientras que algunos hombres han sido mantenidos en prisión a bordo de embarcaciones de la marina estadunidense. Diferentes tipos de prisiones y otros centros de detenciones son enumerados para cada país y, en muchos casos, los nombres de los prisioneros que fueron mantenidos en ellos. Pero en algunos casos, los prisioneros que dan su testimonio no tenían idea de adónde habían permanecido detenidos, y sólo podían describir la temperatura del lugar, el acento de los guardias y otros indicios. Muhammad al-Assad, por ejemplo, fue transportado en avión a tres horas de Tanzania, a algún lugar muy caluroso, donde el acento de los guardias al hablar árabe parecía ser somalí o etiope, igual que el pan. Fue interrogado por un hombre occidental blanco que hablaba bien el árabe.

Se derramaron pocas lágrimas cuando se dieron a conocer las noticias de la muerte de Augusto Pinochet que se difundieron, bastante oportunamente, el Día Internacional de los Derechos Humanos. Pero la casi unánime condena a sus crímenes cometidos con el apoyo de Estados Unidos pierde su peso moral si no está acompañada de una igualmente fuerte denuncia a los abusos similares que se perpetran en el presente.