January 25, 2007

Una Bestia llamada Aleister Crowley

Una Bestia llamada Aleister Crowley- Eduardo Berti

Hombre del subsuelo

Fue escritor, místico, pornógrafo. Ofició magia negra, fue médium, transcribió en trance la voz de los dioses. Fue amigo de Yeats, heroinómano y libertino. Mintió a granel, participó de sociedades secretas y fundó en Sicilia una comunidad cuyo lema —“Hacé lo que quieras”— desató la ira de Benito Mussolini. Eduardo Berti repasa vida y obra de Aleister Crowley, el inglés que metió la nariz en todos los rincones prohibidos del mundo.
A fines de los años ‘60, los Beatles editaron Sargeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band, uno de los discos clave de la cultura rock y la psicodelia, e instauraron la tradición de los “álbumes conceptuales”, en los que una idea central atravesaba y unía las diferentes canciones. Además de un mero rejunte de temas, un disco pop podía ser también una obra cerrada y coherente. Para subrayar este “concepto organizador”, el arte de tapa era fundamental; de allí que los propios músicos intervinieran usualmente en su diseño y realización. En el caso de Sargeant Pepper, fue el propio Paul McCartney quien tuvo la idea de cubierta: los cuatro Beatles retratados entre grandes fotografías de sus ídolos y héroes de adolescencia.
McCartney estableció una primera lista con los nombres de William Burroughs, H. G. Wells, Karl Marx, Fred Astaire y Carl Jung, entre otros. Luego les pidió a sus compañeros de grupo que aportasen otros candidatos. La lista más controvertida fue la de John Lennon: Adolf Hitler (finalmente removido), Lenny Bruce, Dylan Thomas, Oscar Wilde, Friedrich Nietzsche, el Marqués de Sade... y un tal Aleister Crowley, un autodenominado poeta y mago negro que se ganó de este modo un apretado lugar al lado de uno de los tantos gurúes indios sugeridos por George Harrison.
A poco de editado el álbum, el diario Daily Express señaló con una mezcla de disgusto y desconcierto la presencia allí de Crowley, exponente distinguido de esa incesante tradición de extravagantes británicos que tan bien retratara Edith Sitwell en su libro The English Eccentrics.
Enseguida Sargeant Pepper se volvió no sólo uno de los discos más influyentes del siglo, sino todo un objeto de culto. Cualquier signo ligado al álbum, incluso a los personajes de la tapa, pasó a ser investigado con ardor por los inquietos seguidores de los Beatles. Uno sospecha que a muy pocos jóvenes de entonces debe haberles asombrado averiguar que ese pelado ubicado cerca de Mae West había sido el autor, en 1922, de Diary of a Drug Fiend, una de las primeras novelas con atmósfera de libertad sexual y experimentación con narcóticos; o saber que había fundado en Sicilia, durante la entreguerra, una especie de comunidad “alternativa” cuya divisa era Do what thou wilt shall be the whole of the law. Traducido mal y pronto: “Hacé lo que quieras”. Para esta suerte de hippie avant-la-lettre, un guiño de los Beatles parecía un destino lógico.
En 1969, el director de cine Kenneth Anger (Scorpio Rising) alquiló una casa a orillas del lago Ness, en la que había habitado Aleister Crowley. Un año más tarde, el guitarrista Jimmy Page, del grupo Led Zeppelin, oyó decir al mismo Anger que la casa estaba en venta y consiguió comprarla. En cuanto se supo que Page era un admirador de Crowley, la prensa sensacionalista de Inglaterra expuso la hipótesis de que el éxito mundial de Led Zeppelin obedecía a un pacto mefistofélico entre los músicos y el demonio.
Por aquellos mismos años, una editorial inglesa (Jonathan Cape) y otra norteamericana (Hill & Wang) decidieron publicar la versión íntegra de las memorias de Crowley. La respuesta del público fue buena, lo que puso en marcha una especie de renacimiento o exhumación de quien, en vida, había sido apodado “La Gran Bestia” o incluso “El Hombre más Malvado del Mundo”. Con el correr del tiempo llegarían las ediciones de bolsillo y más alusiones por parte de otros artistas de rock, como el caso del grupo Joy Division, que tomó del Book of Thot de Crowley el primer verso de su canción “Transmission” (1978).
A la reciente edición en CD de una antigua grabación en cilindro de cera que recoge poemas y textos de Crowley leídos por él mismo (The Great Beast Speaks) se agregaron en el último decenio numerosas biografías, algunas poco menos que hagiográficas, otras, por el contrario, demitificadoras, como la publicada en 1998 por Roger Hutchinson. Pero la gran absolución, como señala Hutchinson en su libro, probablemente haya sido la del Dictionary of National Biography en 1993. Es tradición, desde los tiempos victorianos, que el D.N.B. dé cuenta de las vidas de todos los ciudadanos británicos más o menos destacados. Llegado el momento de una nueva edición (el Dictionary se actualiza cada diez años), los responsables de turno descubrieron numerosas omisiones y se ocuparon de publicar un suplemento que rescató del olvido no únicamente a Aleister Crowley sino también a la poetisa Sylvia Plath y al actor Charles Laughton, entre otros.
Pero el artículo que el D.N.B. consagró a Crowley, de casi mil palabras, lo cataloga simplemente como “escritor”. Poco se informa acerca de sus experiencias con el sexo y las drogas; menos aún sobre sus prácticas ligadas a lo que los ingleses llaman magick, y ni hablar de sus tareas de propaganda a favor de Alemania durante la Gran Guerra. Decir que Edward Alexander (Aleister) Crowley (1875-1947) fue un escritor “colorido, excéntrico, exuberante y deliberadamente provocador” no falta a la verdad; sin embargo, resulta insuficiente como retrato del personaje.

Epater les bourgeois
Edward Alexander Crowley nació en Leamington, Warwickshire, el 12 de octubre de 1875. Su padre era un activo evangelista al que le gustaba mucho la bebida; diez años antes de que naciera su hijo, había mandado publicar un panfleto en el que explicaba las creencias religiosas de los Plymouth Brethren (Hermanos de Plymouth), a quienes adhería: sí a la “tutela de la Biblia”, no a “los catecismos y reglas”.
Alick, como se apodaba al niño Crowley, creció en un ambiente casi monástico. Los Brethren eran una secta, como los cuáqueros, y Alick, un niño bastante regordete, acompañaba a su padre cuando éste iba a predicar de pueblo en pueblo. Fue educado en escuelas religiosas y obtuvo destacadas calificaciones en religión. Pero en 1886, tras la muerte de su padre, Alick quedó al cuidado del hermano de su madre, su tío Tom, quien resolvió sacarlo del colegio y adjudicarle un tutor.
El tutor se llamaba Archibald Douglas, y estaba lejos de ser la persona autoritaria y religiosa que el tío Tom creía haber contratado. Douglas, un graduado de Oxford que tomó el trabajo porque necesitaba dinero, desplegó ante el joven Crowley un mundo de carreras de caballos, juegos de apuestas, billares y mujeres. Fue, en resumidas cuentas, una de las personas más decisivas en su vida. Con él, escribió Crowley, se acabó “el mundo de pesadilla de la cristiandad”.
Crowley tenía unos dieciséis años cuando su madre lo invitó a pasar una vacaciones en Escocia y descubrió el montañismo. No tardó en convertirse en un devoto, y en 1894 se trasladó a los Alpes austríacos con su querido tutor. De regreso se inscribió en Cambridge, con el objetivo de estudiar filosofía ética, y ante la nueva vida que avizoraba tomó la decisión de cambiarse el nombre por el de Aleister, una versión libre de “Alaisder”, es decir: Alexander en gaélico escocés.
Al montañismo enseguida sumó otras dos pasiones: el ajedrez y la poesía. Siendo un adolescente había devorado el Paradise Lost de Milton. Su primer biógrafo, John Symonds, enumera otras lecturas importantes: The Arabian Nights de Richard Burton, clásicos griegos y romanos, novelas rusas y francesas. Pero su ídolo en los tiempos de Cambridge fue, según Hutchinson, Oscar Wilde. “Aleister Crowley llegó pronto a la conclusión de que su vocación era la de épater le bourgeois, y hacia 1895 nadie en Inglaterra había impactado a la burguesía más que Wilde”, afirma el biógrafo. Entonces, a la manera de su modelo, aun cuando hasta entonces no había mantenido más que relaciones heterosexuales, Crowley decidió tener una primera experiencia homosexual con un hombre diez años mayor.
En 1898 publicó su primer libro de poesía: Aceldama, A Place to Bury Strangers In. Creía que estos versos, llenos de imágenes sangrientas, alarmarían a las autoridades de Cambridge de la misma manera que, en 1811, un texto del joven poeta Shelley, The Necessity of Atheism, había provocado su expulsión de Oxford. Pero nada ocurrió. De modo que Crowley mandó imprimir de prisa otro libro, una colección de poemas pornográficos titulada White Satin, y abandonó motu proprio la universidad, “como Byron, Shelley, Swinburne y Tennyson”. El libro puede entenderse como la crónica de un poeta que desciende a un universo de necrofilia, bestialidad y muerte. Si Crowley podía darse el lujo de autopublicar estas obras era porque, al cumplir los 21 años, había sido autorizado a recibir la herencia de su padre.

Perdurabo
Estamos ahora en 1899 o 1900. Cuenta la leyenda que Aleister Crowley, de vacaciones en Suecia, se despierta agitado en medio de una noche: ha descubierto que tiene poderes mágicos. Pronto les revela la noticia a sus dos grandes amigos de la época, el montañista Oscar Eckenstein y su ex compañero de estudios Gerald Kelly. Al primero no le interesa “semejante basura”; a Kelly sí, pero nada sucede cuando se pone a invocar espíritus. Así que Crowley sigue a solas con sus experimentos, bajo la tutela de libros como The Book of Black Magic and of Pacts de Edward Waite, The Kabbalah Unveiled de S. L. Mathers y The Cloud upon the Sanctuary de Von Eckhartshausen.
Su curiosidad y la amistad que traba con algunos químicos interesados en la alquimia (Julian Baker y George Cecil Jones) lo llevan a ingresar en la orden hermética The Golden Dawn, que encabeza S. L. Mathers, el mismo autor del libro sobre la cábala. Por la fraternidad —en cierto aspecto heredera de la Sociedad Teosófica fundada por Mme. Blavatsky— han pasado algunos miembros prestigiosos como el escritor galés Arthur Machen (su verdadero nombre era Arthur Llewelly Jones) y el poeta William Butler Yeats.
No bien es admitido en las filas de The Golden Dawn bajo el nombre de Frater Perdurabo, Crowley conoce a Yeats (cuyo alias allí es Demon Est Deus Inversus) y le hace entrega de una obra teatral que acaba de escribir: Jephthanah. Según testimonio del propio Crowley, después de una lectura apresurada, el poeta irlandés “apenas consiguió murmurar unos pocos elogios de compromiso”. El problema, siempre según Crowely, era que a Yeats “le había hecho daño advertir su inferioridad”.
Años más tarde, cuando la fraternidad se divida, Yeats será uno de los grandes enemigos de Crowley, que en medio del cisma permanecerá fiel a Mathers. En una carta dirigida a un amigo, Yeats comentará que “Crowley ha estado haciendo imágenes de cera de todos nosotros y clavando alfileres en ellas”. A partir de allí se referirá a él lisa y llanamente como “el loco” o “ese hombre loco”.

En la cima
“Aleister Crowley mintió y exageró sin cesar durante su vida”, escribe Hutchinson en el libro The Beast Demystified. Pero una cosa es cierta: en abril de 1902, Crowley formó parte, a instancias de Oscar Eckenstein, de una expedición pionera y valerosa al segundo pico más alto del mundo después de su vecino Everest: el monte K-2 de la India, con 8611 metros de altura. La expedición liderada por Eckenstein y Crowley fue el primer intento serio de hacer cumbre en un pico hasta allí considerado como virtualmente inalcanzable. Aún hoy se debate cuán alto llegaron Crowley y su equipo. En los anales del montañismo se les acreditaron 6600 metros. Ellos reclamaron 6705. Más allá de la polémica, la marca fue una absoluta hazaña: recién fue superada en 1938.
De las altas cumbres Crowley viajó a París, donde descubrió que Gerald Kelly había trabado amistad con un joven escritor inglés, todavía principiante, llamado William Somerset Maugham. En París también frecuentó a Marcel Schwob y al escultor Auguste Rodin, en cuyo estudio se cuenta que llegó a trabajar fugazmente.
“Maugham ambicionaba ser un hombre de letras, y su incapacidad era tan obvia que, me temo, todos éramos muy crueles con él”, escribió Crowley años después de que Maugham publicara en 1908 su segunda novela (The Magician) y lo colocase como uno de los personajes centrales, rebautizándolo Oliver Haddo. Aunque Crowley siempre declaró odiar esta novela, se sabe que poco después de su publicación le confesó a Maugham: “Casi deseo que fueras un escritor importante”.
En agosto de 1903 se casó con la hermana de su amigo Kelly, una joven viuda llamada Rose. Viajaron de luna de miel a Francia, Ceilán y Egipto. Cuentan los adeptos a Crowley que Rose (alguien que nunca había manifestado conocimientos de ocultismo, ni interés alguno por la magia negra) empezó a “sufrir estados de trance” en El Cairo y a “insistirle a su marido que el dios Horus estaba tratando de entablar contacto con él”. Para comprobar si su mujer hablaba en serio, Crowley la condujo a un importante museo egipcio y le pidió que le señalara a Horus. La leyenda afirma que Rose lo guió hasta un monumento funerario de madera, ilustrado con escenas mitológicas y varios jeroglíficos; que a Aleister le impresionó que el objeto, hoy conocido como “la estela de la revelación”, llevase el número 666 en el índice de piezas del museo, y que los días venideros una oscura presencia le dictó a Crowley un texto sagrado.
El episodio terminó con el anuncio del nacimiento de una nueva religión, regida por ese texto (el Liber Legis, o “Libro de las Leyes”) y liderada por un nuevo profeta: Aleister Crowley, quién otro. Escribe Hutchinson: “En comparación con otros textos del mundo de la religión, se trata de un libro corto y establece una ley simple, la ley de Thelema”.
Thelema quiere decir “voluntad” en griego, sobre todo en el griego del Nuevo Testamento, pero es más probable que Crowley prestara atención a esa palabra luego de haber leído la novela Gargantúa (1535), en cuyos últimos siete capítulos Rabelais narra lo ocurrido en torno a cierta Abadía de Thélème cuyo lema es “Fais ce que voudras” (“Hacé lo que quieras”). Una verdadera “anti-abadía”, como afirma Gérard Defaux en una edición crítica de la obra.
Tras la publicación del Liber Legis y de un diccionario cabalístico titulado Liber 777, Crowley tuvo una hija que falleció a los dos años y se separó de Rose para volcarse a una vida sexualmente muy activa. Acto seguido fundó una revista llamada The Equinox (dedicada a promocionarlo y a anunciar la alborada de la “Crowleyan Age”) y se colocó al mando de una nueva orden: A.’A.’.
A raíz de un artículo sobre The Golden Dawn publicado en el segundo número de The Equinox, Crowley tuvo que concurrir a tribunales, acusado por el mismísimo cabalista S. L. Mathers de haber divulgado la intimidad de una sociedad secreta y clandestina. La prensa se ocupó del caso con grandes titulares: “Secretos de una sociedad mística”, “Ritual rosacruz será revelado”. La revista John Bull (que con el tiempo emprendería una auténtica cruzada contra Crowley) lo felicitó en un texto irónico por el fallo favorable del juicio, y varios periodistas se encargaron de cubrir días más tarde “Los ritos de Eleusis”, un evento organizado por Crowley y su nueva pareja, la violinista australiana Leila Waddell. Los cronistas y policías presentes acaso esperaban asistir a actos de espiritismo o brujería en escena; en cambio debieron soportar un espectáculo de música y poesía que incluyó a Crowley recitando obras de Swinburne.

Equinoccio
Enfermo de bronquitis, Crowley empezó a consumir opio en 1913, el mismo año en que dejó de editar The Equinox. Meses más tarde Gran Bretaña le declaró la guerra a Alemania, entrando en lo que posteriormente se llamaría Primera Guerra Mundial, y Crowley partió en barco a los Estados Unidos.
A diferencia del patriota Somerset Maugham, o de su cada vez menos amigo Gerald Kelly, Crowley hizo propaganda pro-alemana durante la guerra. Fue contratado por un alemán residente en Nueva York, George Sylvester Viereck, y acabó dirigiendo sucesivamente las revistas The Fatherland y The International. También encontró tiempo para organizar un falso acto, encabezado por falsos independentistas irlandeses, que llegó a ser recogido en julio de 1915 por el New York Times. Y para ponerse en contacto con un grupo gnóstico llamado O.T.O. (Ordo Templis Orientis), encabezado por cierto Theodor Reuss, que lo nombró a cargo de la filial británica y le encargó la escritura de un rito que Crowley bautizó La Misa Gnóstica.
“La dificultad que encontraron los contemporáneos que intentaron descifrar su comportamiento entre 1914 y 1917 —afirma Hutchinson— es que todos ellos lo tomaron en serio, mientras que Aleister no se tomaba nunca nada en serio, excepción hecha de su destino personal.” Crowley podía representar a un mismo tiempo sus múltiples papeles: el patriota irlandés, el pro-alemán, el doble agente británico, etcétera. Y para colmo los representaba con una convicción furibunda, como puede leerse en una columna que escribiera para The Fatherland: “Inglaterra debe ser dividida entre los poderes continentales. Debe ser una mera provincia, o peor aún, una colonia de sus naciones vecinas, Francia y Alemania”. Por mucho menos otros ingleses habían sido fusilados.
Pese a estas arengas, al terminar la guerra Crowley pudo regresar sano y salvo a su país. ¿Quién lo ayudó? ¿Quién salvó su pellejo? En su biografía, Hutchinson calcula que Gerald Kelly, involucrado todo ese tiempo en tareas de inteligencia naval, tiene que haber sido el salvador de Crowley. Un salvador clemente, no cómplice; un salvador convencido de que su viejo amigo era víctima de una aguda esquizofrenia.
Muchos afirman que Crowley, con los años, fue volviéndose más democrático. Prueba de esto sería que en 1937 la Left Review llevó a cabo una encuesta entre intelectuales británicos preguntándoles de qué lado estaban en la Guerra Civil Española, y el ex propagandista alemán votó en contra de Franco y por los republicanos. Otra prueba sería que, al estallar la Segunda Guerra Mundial, Crowley mandó a imprimir un panfleto titulado “Thumbs Up!” (“Pulgares arriba”) que empezaba diciendo: “Inglaterra, Inglaterra, ponte de pie”. Ilustraba la portada del panfleto el dibujo inconfundible de un pene y dos testículos.

La Abadía de Thelema
Alrededor de 1920, Crowley empezó a consumir heroína por prescripción médica. La experiencia, sumada a sus tanteos de décadas atrás con el opio y el hashish, ha quedado reflejada en su novela Diary of a Drug Fiend, publicada por Collins a finales de 1922.
Como la heroína era ilegal en Gran Bretaña y muy difícil de obtener por aquellos tiempos, Crowley decidió mudarse a otro país. La idea del viaje fue engrandeciéndose, hasta desembocar en el proyecto de fundación de una suerte de comunidad utópica, “arquetipo de una nueva sociedad”, tal como proclamaba en su Liber Legis. La Abadía de Thelema acabó siendo establecida en la costa norte de Sicilia, en un promontorio muy cercano al pueblo de Cefalu. “Sicilia era barata, confortable y bastante tolerante en comparación con otros sitios de Europa”, informa Hutchinson.
Puede que Crowley quisiera paz y tranquilidad en Italia, pero el final de la historia fue escandaloso. El edificio (una casa de cinco habitaciones) estaba lleno de dibujos cabalísticos y carecía de condiciones sanitarias: nadie limpiaba, nadie barría, no existía el agua corriente. El líder de la comunidad, Master Therion, otro de los tantos alias de Crowley, curaba sus trastornos bronquiales con una mezcla de heroína, opio, cocaína, éter, morfina, vino, brandy y hashish.
“Las orgías de Aleister Crowley en Sicilia”, tituló el diario Sunday Express cuando algunos invitados a la Abadía regresaron y narraron la estadía. A los tres meses, el mismo diario volvió a la carga con “Nuevas revelaciones siniestras”: un hombre llamado Raoul Loveday había muerto en Thelema. Aunque Aleister Crowley no fue responsable de la muerte de Loveday, según estima Hutchinson, la prensa británica no se mostró dispuesta a concederle el beneficio de la duda.
Si algo terminó con la Abadía no fue la implacable campaña de prensa sino la política de Benito Mussolini, recién llegado al poder en Italia. “Las actividades de Aleister preocuparon a las autoridades italianas”, dice Hutchinson en su biografía, para luego recordar el combate del joven Mussolini contra todo tipo de sociedades secretas. “La misma represión que, entre 1922 y 1923, llegó casi a destrozar la Mafia en Italia, también se ocupó del mundo del ocultismo. Los Grandes Maestros de varios grupos herméticos fueron prohibidos, expulsados o condenados a exilios internos.”
Crowley intentó volver a fundar la Abadía en Túnez, pero “su momento de gloria había pasado”. Lo que sobrevino fue un lento y anunciado eclipse. Expulsado de Francia en 1929 por tenencia y consumo de narcóticos (“mi caso es otro caso Dreyfus”, llegó a exclamar el imputado), concluyó una vastísima autobiografía, dio a publicar su segunda novela Moonchild, que llegó a ser tildada de “curiosa” por el Times Literary Supplement y mantuvo por los menos otras dos relaciones amorosas importantes: con una alemana de 19 años llamada Hanni Jaeger y con la nicaragüense María Teresa Ferrari de Miramar, con quien llegó a estar casado doce meses.
Cuando John Symonds fue a su encuentro, interesado en escribir la que sería la primera biografía de Crowley, se encontró con un hombre que “lucía bastante exhausto” y que no contaba con amigos. Prueba de esta soledad es el hecho de que el joven Symonds, a quien Crowley no llegó a tratar siquiera un año, fue nombrado albacea tras su muerte, el 1º de diciembre de 1947.
La enfermera que atendió a Aleister Crowley en sus horas finales divulgó que sus últimas frases fueron: “A veces me odio a mí mismo”. Tal vez ocurriese, como sugiere Hutchinson, que ya no quedaba nadie dispuesto a odiar a esa Bestia jubilada, con aspecto de abuelo inofensivo. En tiempos de Hitler, el título de “Hombre más Malvado del Mundo” le quedaba indiscutiblemente holgado.