April 1, 2006

EL BOMBARDEO INVISIBLE -Diego G. Pardo


“...Mira como el piso del cielo
está densamente incrustado de pátinas de brillante oro;
No existe ni la más pequeña que puedas observar
que no cante en su movimiento como un ángel ...
Tal armonía se halla en las almas inmortales;
Mas, mientras esta sucia vestimenta de desintegración
la cubre groseramente, no podemos escucharla ...”

W. Shakespeare (El Mercader de Venecia)


Nuestra vida cotidiana está constantemente inmersa en un mundo de vibraciones, en una invisible nebulosa sonora. Mas aun que la luz y que los estímulos visuales, la existencia humana esta enmarcada por sonidos de la más heterogénea y variada procedencia (el rumor del viento y de la lluvia, las estridencias fabriles, el canto de los pájaros, el ruido del transito rodado, etc.) que hacen que nuestro ciclo vital sea una sucesión constante de sugerencias auditivas.
Desde el claxon de un vehículo al apagado susurrar de la lluvia, pasando por el reiterado e impertinente aviso de llamada de un teléfono celular, o por los estridentes altavoces (diseminados en los más remotos lugares) de negocios comerciales, dando cuenta de la última canción de moda, debemos convenir en que nuestro vivir responde sin tregua ni reposo a una infinita serie de estímulos sonoros, cada uno de los cuales tiene un sentido, una significación y un contenido inmediatamente diferenciado.
Nadie confunde el ruido de una excavadora, la turbina de un avión, el paso de un tren o el rumor de fondo de la circulación ciudadana. Una “educación” auditiva innata nos permite distinguir la distinta procedencia, clase y calidad de cada uno de los múltiples agentes sonoros que perennemente nos circundan.
En el pasado la gente pensaba menos en la intensidad o volumen de los sonidos probablemente porque había sonidos mucho menos brutalmente sonoros en su vida. Existe un “apetito de sonido” en la cultura occidental que viene in crescendo desde la Revolución Industrial, época en que se introduce el ruido de gran intensidad a través de las máquinas y en el que la contaminación sonora comienza a existir como un problema realmente serio.
Diversos estudios -basados en documentos escritos y en pinturas de distintas etapas históricas- muestran claramente (ver gráfico) las transformaciones sufridas en nuestro “paisaje sonoro”.
Clasificando los sonidos en tres categorías: 1)sonidos producidos por la naturaleza, 2) sonidos producidos por seres humanos, 3) sonidos producidos por artefactos eléctricos y/o mecánicos; podemos observar una interesante evolución:
En un principio -en las comunidades tribales- la mayor parte de los sonidos que escuchaba el hombre eran naturales. El viento, el lenguaje de los animales, las tormentas. A medida que se desarrollaron aldeas o pueblos más complejos empezaron a prevalecer los sonidos humanos. Gritos de chicos, peleas, gente ofertando sus productos, conversaciones en las plazas. Mas tarde aun, después de la Revolución Industrial los sonidos mecánicos desplazaron tanto a los sonidos humanos como a los de la naturaleza. Hoy, casi todo lo que oímos es producido por un mecanismo tecnológico y esa resonancia produce tal tensión que, por primera vez en la historia del hombre, es más peligroso vivir en las ciudades que fuera de ellas.
El tema de la contaminación sonora es algo indiscutible. El peligro de la ciudad no viene solo de la violencia en el sentido tradicional, sino también del cúmulo de ruidos y sonidos que a uno lo persiguen todo el día sin posibilidad de decir NO.
En verdad, la relación entre ruido y muerte es bastante antigua.
En la Edad Media, por ejemplo, los escudos de guerra estaban especialmente diseñados para que, al golpearlos, provocaran un especial efectos de resonancia. Escuchar el ruido producido de esa forma por diez mil hombres parece que era pavoroso y realmente alentaba a los propios e infundía miedo a los de afuera.
Es sabido, también, que la C.I.A., durante los años de la Guerra Fría, encerraba a los espías enemigos en pequeñas celdas en las cuales se divulgaban violentos ruidos amplificados y cacofonías musicales estruendosas y ensordecedoras; y así por horas y días consecutivos hasta que el espía confesase, aniquilado ya su sistema auditivo y nervioso. Hoy mismo, es usual que en la guerra, antes de tirar las bombas, se hagan vuelos rasantes para que el sonido de las turbinas asuste a los enemigos.
Algo similar ocurre con el látigo que asusta de solo oírlo sin necesidad de que a uno lo toquen. El látigo no solo se utilizó contra el hombre, sino también contra los animales, especialmente contra aquellos que tiran carretas, para que apuren su paso. Paradójicamente en países donde aun es común la tracción a sangre – en zonas del Oriente Medio, por ejemplo- la gente toca bocina como si castigara al auto, por eso se genera tanto ruido. Existe una asociación entre el sonido del látigo que permite ir más rápido y el de la bocina, de la que se espera el mismo efecto.
James Watt señaló una vez, acertadamente, que para las personas no educadas el ruido sugiere poder. Una máquina que funciona silenciosamente o sin vibraciones es obviamente mucho menos impresionante que una ruidosa. Es interesante saber que los primeros aparatos a vapor diseñados por Watt a fines del siglo XVIII eran relativamente silenciosos pero sus patrocinadores le pidieron mecanismos con mas ruido, porque, de esa forma, mostraban mejor –así lo creían, al menos- el poderío del nuevo invento. Esa idea aun sigue vigente en mucha gente: el caso más típico son los caños de escape “arreglados” especialmente –en algunas motos y autos- para que produzcan el mayor ruido posible. Los conductores sienten que su influencia crece a medida que aumentan el “audio” que producen.

Los motores son los sonidos que predominan en el paisaje sonoro mundial; todos los motores tienen en común un aspecto importante: son sonidos de escasa información, altamente redundantes. Es decir, a pesar de la intensidad de sus voces, los mensajes que envían son repetitivos y en última instancia aburridos. En relación a los motores hay una sugestibilidad hipnótica ante la cual uno se pregunta si, a medida que invaden totalmente nuestras vidas, no terminarán por ocultar todos los demás sonidos, reduciéndonos, en proceso, a la condición de condescendientes y torpes bípedos desplazándonos indolentemente a los tumbos en un mudo trance hipnótico.

EL HORROR AL SILENCIO

“-Escúchame -dijo el Demonio, apoyando su mano

sobre mi cabeza-. La región de que hablo es una
lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire.
Y allí no hay ni calma ni silencio”.


Edgar Allan Poe (Silencio)



La falta de silencio no ha justificado otra cosa que el escape, la evasión, incluso la catarsis, por vía del alboroto y el aturdimiento. Aquel dicho de que la música aplaca a las fieras ha tomado en el ser humano un camino inverso: la búsqueda del estrépito y el griterío.

Es el miedo el que nos ha impulsado al ruido. El miedo al silencio. Nuestra cultura parece identificar la falta de sonido con la muerte; -el silencio definitivo-.
Antes de los cambios propios de la modernidad, la religión impregnaba la vida cotidiana y la gente realmente creía que había una continuidad entre vida y muerte. No se dejaba de existir sino que se pasaba a otro mundo que, casi, se podía presentir. La “vida en el mas allá” era considerada, a menudo, como algo hermoso; incluso como un premio a los padecimientos terrenales. Pero esa idea se fue perdiendo y la muerte aparece como el final, como ese silencio definitivo.

Cuando el silencio es tomado apenas como contraste, como reverso del ruido, se olvida y se relega su costado mas positivo y excelso: el de la plenitud, el de la realización interior para asumir un contacto mas profundo con los sentimientos y las ideas, con los seres humanos y con lo que nos rodea.
El silencio suele expresar la profundidad de una vida interior. “El hombre que encuentro suele ser menos instructivo que el silencio que rompe", alguna vez escribió Thoreau.

Una experiencia silenciosa puede ser el principio de una evolución espiritual. Si se lo ejercita, es posible que el hombre alcance la madurez.
La contemplación de la naturaleza (la que se esconde tras el paisaje de cemento en esta metrópoli), el disfrute de la buena música (que no tiene por que ser, necesariamente, la más compleja, refinada y exquisita), el impulso erótico que une a dos seres en el amor, son caminos hacia la belleza, hacia la experiencia inefable que reside mas allá de las palabras.

El compositor francés Claude Debussy pensó que “cualquier hombre, sentado en el porche mirando hacia las montañas con el sol poniente, puede oír su propia Sinfonía”.
Por eso, un hombre que ame la verdad debería hacer voto de silencio. Solo entonces cada sonido será un canto a la imaginación, a la creación, a la vida. La cuestión es escuchar el silencio que anida en el fondo de nuestro ser.

El silencio nos devolverá la Armonía cuando acallemos varias décadas de infatigable estruendo.



BIBLIOGRAFIA

- Historia universal de las armas (Vicente Segrelles)
- Los mundos del sonido (Stambler, Irwin)
- Poética Musical (Igor Stravinsky)
- El ruido y su control (Behar, A.)
- Walden (Henry David Thoreau)
- Meditación de la técnica y otros ensayos (Ortega y Gasset)
- Cultural factors and hearing (Goldman, R.)
- The tyranny of noise (Baron, R. A.)
- The fight for quiet (Berland, T.)