October 29, 2005

Qué se puede hacer, salvo hacer revistas


Qué se puede hacer, salvo..."
“Cuando estaba en el último año del colegio, era fanático del Expreso Imaginario”, recordó alguna vez Juan Forn. “Para mí, más que una revista fue una puerta de acceso, porque con la coartada de la cultura rock no sólo me hablaba de bandas o de discos sino también de actitud, de libros, de pintores, de lugares, de gente que me empezó a abrir la cabeza. Era un acceso a miles de cosas interesantes en una época particularmente árida en cuanto a la circulación de información, y a la circulación de claves, como fue la época de la dictadura, donde todo estaba censurado y todo era inmundo, aburrido, soso y católico de derecha.” El recuerdo de Forn es apenas un ejemplo de lo que significó la aparición del Expreso justo en un año en que los militares asumían el poder.
“Nosotros sabíamos que había tres cosas de las que no podíamos hablar: de política, de religión y de drogas”, recuerda Pipo Lernoud. “Pero también teníamos muy en claro que nuestro trabajo era decir las cosas a través de toda esa gente que nos deslumbraba. Agarrar a Kerouac o a Ferlinghetti, y dejar que ellos dijeran cosas que nosotros hubiésemos querido decir, pero que no podíamos. Fue la misma época en que León Gieco o Charly García hacían lo mismo que nosotros. El Expreso hacía lo que León hizo con ‘Tema de los mosquitos’ o Charly con ‘Canción de Alicia’. Decir las cosas sin decirlas. Pero la gente, que estaba igual que nosotros, las entendía.”
Al recorrer las páginas de la primera época del Expreso, aquella del formato grande, que no era ni diario ni revista, lo primero que sorprende es una frescura amateur que la publicación logró conservar durante gran parte de su existencia. Y después están las notas, que reunían a Walt Whitman con un reportaje conjunto entre Vilas y Spinetta; una nota sobre Leda Valladares firmada por Diana Bellesi con el relato de un viaje por el Amazonas y un reportaje a un mítico poeta escondido como Pedro Godoy. Suerte de matriz fundamental de toda publicación alternativa de ahí en adelante, de eso justamente se trató el Expreso desde el comienzo. De hacer circular claves escondidas y reunir talentos atraídos por el influjo de Pistocchi, que confiesa no haber sabido nunca muy bien qué hacer en el Expreso. Pero sí por qué hacerlo.
“Si al leer el Expreso y pensar en el horror de la época en que fue editado es inevitable imaginar que vivíamos en un mundo aparte, tengo que confesar que así fue. El mundo del Expreso, efectivamente, era un mundo aparte. Pero no era un mundo que se inventó para ese momento sino que era un mundo que ya existía. Estaba ahí por la valentía de los artistas. Por eso ya desde la época de Mordisco me parecía que un proyecto de este tipo era un espacio que era importante abrir y defender. Porque en ese espacioya habitaba un montón de gente, y lo único que nosotros hicimos fue poner en contacto aspectos generados dentro de esa cultura alternativa o marginal. Yo tengo una lectura mágica de las cosas, y no puedo menos que honrarla si me pongo a pensar en los factores que hicieron que todo un grupo de gente que se juntaba por primera vez a hacer algo juntos terminase haciendo lo que hicimos, de la manera en que lo hicimos y cuándo lo hicimos.”

DAME UNA FORMA DE VIDA
“Por eso es que yo sostengo que la revolución de los sesenta triunfó”, argumenta Pipo Lernoud cuando se le comenta que las notas sobre ecología o el naturismo que por entonces sólo publicaba una revista como el Expreso, hoy son algo común en las publicaciones más integradas. Una de las secciones más recordadas de aquel primer Expreso era una llamada “Guía práctica para habitar el planeta Tierra”, que abogaba por una vida más sana y una alimentación más natural. “En ese sentido fuimos muy pioneros, pero también fuimos muy criticados por eso”, recuerda Claudio Kleiman. “Porque por el lado de la intelectualidad nos criticaban a partir del eterno argumento de la izquierda orgánica: eso de que cómo te vas a preocupar por los pingüinos cuando hay gente que se muere de hambre. Y por el lado de los rockeros aún no se veía como un imperativo categórico la necesidad de salvar el planeta. Si a los integrantes del grupo Arco Iris les decían las amas de casa del rock por vivir en comunidad, imaginate lo que nos tocaba a nosotros.”
Lo que les tocaba a los integrantes del Expreso, en realidad, era formar parte de una experiencia única, que cada uno supo vivir a pleno. “Me acuerdo del día en que un tal D’Amato entró completamente desnudo y se sentó en la reunión de producción como si nada. Ohanian y su esposa estaban consternados”, cuenta Roberto Pettinato, que de seducir a todos en la redacción, al escribir al correo de lectores bajo el nombre de Laura Ponte, terminaría incorporado al staff, donde completaría su look Zappa con el descubrimiento de Tom Wolfe. “Creo que el Expreso fue la verdadera Rolling Stone argentina en todo sentido. Desde quedarse escribiendo hasta cualquier hora y tomarse muy en serio las declaraciones, los reportajes y los conceptos, hasta entrar en la redacción y que uno de los directores estuviese secando una impresionante cantidad de cannabis que cubría por completo su escritorio. De la misma manera que el Rolling Stone de hoy en los Estados Unidos no es el mismo de antes, porque el copado era el otro; lo mismo pasa acá con el Expreso.”
Responsable del dibujo del bebé jugando a las bolitas con el mundo que ilustró la tapa del número 2, el que para muchos marca el verdadero comienzo del Expreso, Fontova recuerda aquel partido de fútbol que indignó a un Ohanian que estaba orgulloso de haber encontrado el edificio ideal para mudar la redacción en Cabildo y Teodoro García, luego de que todos fuesen echados de Corrientes y Uruguay. “Me acuerdo de que el primer día nos mudamos todos al nuevo edificio. Cuando llegué, estaba todo el mundo jugando al fútbol en la oficina, y ya habían roto un vidrio”, cuenta un desilusionado Ohanian. Y agrega: “Como si la autodestrucción y la anarquía fuesen indispensables para transitar esa clase de experiencia”. Si algo recuerda Fontova de aquella primera tarde en el barrio de Belgrano, hogar del Expreso hasta que dejó de editarse, fue que el partido que estaban jugando era muy particular. “Era un fútbol muy especial, porque como había cuatro o cinco puertas en la oficina, cada uno tenía su propio arco”, precisa el Negro con una carcajada que deja todo bien claro.

NO HAY RESPUESTA ALREDEDOR
Más allá de algún servicio golpeando a la puerta más o menos disimuladamente para poner algún aviso, y de la permanente hostilidad puertas afuera de la redacción que sentían sus integrantes, que solían salir y entrar de las comisarías por su pelolargo, a ninguna autoridad pareció importarle mucho lo que hacía el Expreso. “Recuerdo que una vez ilustramos una nota sobre el parto natural con unas fotos bien explícitas de un parto, por lo que recibí el llamado de una tipa de Para Ti, que me preguntó cómo habíamos hecho para que nos las autorizaran”, cuenta Pipo Lernoud, que explica que nunca le pidió autorización a nadie para publicar nada. Pero también dejan en claro que ellos sabían muy bien qué se podía publicar y qué no. “Alguna vez tuve acceso a informes de los servicios de inteligencia”, revela Ohanian. “No recuerdo los términos exactos, pero creo que para ellos éramos gente inocua. Despreciaban los efectos que podía generar un pasquín editado por gente que para ellos era delirante e inofensiva.”

El gobierno militar podía ignorarlos, pero el mundo de los músicos estaba muy pendiente del Expreso. “Me acuerdo de que, como respuesta al primer número, llegó una carta de Charly García que publicamos en el correo de lectores. En ella nos felicitaba por la revista, y agregaba en un paréntesis: Muy buena la sección de discos. Todas las críticas de ese número las había escrito yo, y me impresionó que Charly leyera lo que yo había escrito”, recuerda Kleiman. Mientras que alguien recuerda alguna escena de pugilato de Edelmiro Molinari contra un cronista que había escrito algo que le había molestado, nadie puede evitar comentar que Spinetta –amigo de Ohanian– llamaba siempre para quejarse, nunca para tirar una buena onda. Las anécdotas preferidas sobre Luis Alberto involucran una comparación de Invisible con King Crimson que le puso los pelos de punta, y el descubrimiento por parte del siempre puntilloso Fernando Basabru de que aquellos “18 minutos del sol” inmortalizados en el título de uno de sus álbumes como el tiempo que tarda la luz del sol en llegar a la Tierra, pero que eran en realidad... ¡18 segundos! Aunque no todas fueron críticas: alguna vez Atahualpa Yupanqui dijo que la mejor nota que le habían hecho era la del Expreso. “Lo dijo en una conferencia de prensa de Cosquín, y todos los periodistas presentes se preguntaban qué era el Expreso”, recuerda Pipo Lernoud, factótum de aquel reportaje que fue tapa. “Fue el número que menos vendió, porque los folkloristas no conocían la revista y los rockeros la ignoraron completamente.”
La obra de Charly García es la más vinculada con el Expreso. Lernoud asegura que el título “Inconsciente colectivo” sale de una nota sobre el tema titulada “Nuestro océano interior” y publicada en el número 18 de la revista –fechado en enero del ‘78–, y Rosso insiste que la mítica cita de Pete Townsend sobre el rock incluida en Yendo de la cama al living está extraída de una traducción suya, publicada también en el Expreso. Pero la prueba más fehaciente de que la invención de Pistocchi dejó una huella indeleble dentro de la historia del rock nacional es la tapa original de La grasa de las capitales, el segundo álbum de Serú Girán. “Esa tapa fue una respuesta del grupo a una crítica desfavorable a uno de sus shows, en la que escribí que Serú Girán había mandado a sus dobles”, explica Lernoud. Es por eso que el arte de tapa del disco imita la diagramación de la revista Gente, y anuncia que presenta a “los dobles de Serú Girán”.