Conozco el dolor desde niño, cuando bajaba corriendo, afiebrado, hacia la costa de las aventuras y me encontraba siempre con esa cárcel de rutinas en que consiste la vida, porque estamos aquí en donde todo es dolor y todo nos resulta gratis porque el sol se quema todos los días como un bonzo que se suicida por tristeza, en donde las sonrisas terminan siempre en puñaladas y en donde el primer pez cuando tuvo hambre se convirtió en asesino, el dolor de estar aquí en donde los pájaros aprenden a leer y a escribir, las leyes que prohiben volar...
Esos viejos, flacos y orgullosos, en el supermercado arrastrando un carrito vacío con los ojos bajos, y el silencio. Porque ellos creen que el silencio es de bravos, esos viejos muertos de hambre, que trabajaron toda la vida y no se roban ni una uva. Esos viejos, que se cruzan con un muchacho rubio de pelo largo que no los ve, porque va pensando en el futuro, porque este es un mundo de jóvenes que olvidan su origen y de viejos que no recuerdan el destino, pero si las moscas usaran corbata, si las balas cantaran blues, si el cielo sacudiera su viejo culo azul y las ventanas católicas de los edificios explotaran, igual, igual habria un anciano babeando fantasias sobre las piernas de una muchacha e igual habría todos esos tipos con caras de clavo sonriendo por las calles del mundo...
En una tribu de monos, en una fiesta de esclavos, en una calle de zombies, yo no soy un hombre, soy un virus en tu mente.
Un hombre solo en un cuarto, regando una planta, sufriendo porque nadie le habla o nadie lo toca y solo le cabe recordar. O las camareras de los bares nocturnos de polleras cortas que van naufragando entre las brumas del deseo o las conversaciones de mis amigos, que antes soñaban ser heroes y ahora cobran un sueldo.
Están inyectando una jeringa de miedo en las venas del mundo...
Yo no siento ni pienso, yo no amo ni odio, yo no vivo ni muero y no puedes conmigo, soy un virus en tu mente.
Yo tenia veinte años y siempre estaba borracho en una pieza mugrienta, viendo reflejar mi rostro sobre la frias paredes del mundo, ahora tengo casi sesenta, y nunca lo vi, nunca vi a un hombre encendido y llameante, un hombre que cuando levantara la mano a encender un cigarrillo yo viera en sus ojos los ojos de un tigre, acechando en el viento el paso del tiempo para matarlo, siempre vi, los ojos del miedo, los ojos tristes de la nostalgia.
En una tribu de monos, yo no siento ni pienso, en una fiesta de esclavos, yo no amo ni odio, en una calle de zombies, soy un virus en tu mente.