se refugió en Japón, donde viven sus descendientes, según unos documentos descubiertos por un estudioso japonés en 1935, aireados ahora en vísperas de la Semana Santa. Según el estudioso japonés, Cristo no murió crucificado en el Gólgota, rodeado de dos ladrones y con la corona de espinas hundida en su cabeza; no tuvo que enjuagar sus labios resecos con vinagre en vez de vino, ni sufrió por los comentarios crueles que le dedicaron cuando estaba a punto de morir. Cristo consiguió huir a Japón, donde encontró el amor. Se casó con una mujer llamada Yumiko, de la que tuvo tres hijas, y vivió tranquilamente hasta los 106 años.
Y para mayor abundamiento, los japoneses de Shingo, un pueblo de montaña, situado en la prefectura de Aomori, en el norte de Japón, presentan pruebas. Dos cruces de madera, clavadas en una colina, indicarían el lugar donde Kirisuto (el nombre de Cristo en japonés) y su hermano, Iskiri, fueron enterrados.
En la base del pequeño promontorio dos carteles (en inglés y en japonés) rezan así: «Cristo vino a Japón a los 21 años, después de viajar por La India y China, para estudiar teología sintoista en la época del emperador Suinin (29 antes de Cristo-70 después de Cristo). A los 31, regresó a Judea para predicar el mensaje divino, pero en vez de ser aceptadas sus enseñanzas, el pueblo trató de matarlo. Su hermano pequeño, Ishikiri, fue crucificado y murió en su lugar. Cristo, que logró escapar de esta muerte, volvió a Japón tras realizar un viaje acc...