Salvarse por un pelo
Antiguamente muchos marineros no sabían nadar, por eso era costumbre que dejaran crecerse muy largo el pelo, así, si caían al mar los agarraran “por los pelos” para salvarlos.
Vale una bicoca
En la población italiana Bicoca el emperador Carlos V libró una batalla contra Francisco I de Francia en 1522, la victoria fue tan fácil para los españoles que la palabra bicoca pasó al diccionario como sinónimo de algo de fácil obtención y de poco valor.
No saber ni jota
La jota de nuestro idioma procede, en su nombre, de la iota griega, y esta a su vez, de la iod de algunas lenguas semíticas, como el hebreo y el caldeo. Esta iod es la letra más pequeña y de trazo más sencillo, trazo que aparece en muchas más letras, de forma que, quien no sabe hacer la iod no está capacitado para trazar ninguna de las restantes letras, o sea, es prácticamente analfabeto.
Hay gato encerrado
Allá por los siglos XVI y XVII era costumbre guardar el dinero en gatos, o lo que es lo mismo, en bolsas hechas con piel de gato. A los ávaros, incluso, se les llamaba ata gatos. Esas bolsas, a su vez, se escondían, se encerraban cuidadosamente, de aquí el origen de la expresión. Es reseñable y curioso el hecho de que en esa época a los ladrones se les llamaba también gatos, por ser, precisamente, una de sus ocupaciones robar las bolsas de pellejo de gato.
Las paredes oyen
Esta expresión proverbial nació en Francia y procede de la persecución contra los hugonotes que culminó con la matanza de la noche de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572. Cuentan los cronistas que la reina Catalina de Médicis (1519-1589), esposa de Enrique II, rey de Francia, era muy desconfiada y persecutora implacable de los hugonotes. Para poder escuchar mejor a las personas de las que más sospechaba, mandó practicar una red de taladros, hábilmente disimulados entre las molduras, en las paredes y techos del Palacio Real. Este sistema de espionaje dio origen a la frase las paredes oyen, a la que recurrimos para advertir la prudencia y precaución con que debemos decir lo que puede comprometernos o involucrar a otras personas.
Tener muchos humos
Hoy en día, este modismo se utiliza para designar a las personas que se comportan con altivez, vanidad, presunción o engreimiento desmesurados. También se emplea como reproche hacia quienes aparentan un nivel social o económico que en realidad no les corresponde. En tales casos se suele recurrir a algunas de estas frases: ¡Vaya humos que se gasta! y ¡Se le han subido los humos a la cabeza! Parece ser que el origen de la expresión proviene de una costumbre bastante común entre las familias distinguidas de la antigua Roma, como atestigua Joaquín Bastús en su obra “La sabiduría de las naciones (1862)”. Las familias solían colocar en el atrio de la casa los retratos o bustos tallados en piedra de sus antepasados: padres, abuelos, bisabuelos, hermanos, tíos, etc. Con el paso del tiempo, las imágenes más antiguas iban adquiriendo un color oscuro por efecto del polvo, los humos y la contaminación. De este modo, los atrios con más imágenes renegridas o con más humos simbolizaban un mayor poderío familiar y un cierto tono aristocrático del que se alardeaba con frecuencia.
Quien se fue a Sevilla perdió su silla
Este dicho debió de originarse del siguiente hecho histórico que refiere Diego Enríquez del Castillo en su Crónica del rey Enrique IV (caps. 26 y 54):En tiempos de Enrique IV le fue concedido el arzobispado de Santiago de Compostela a un sobrino del arzobispo de Sevilla, don Alonso de Fonseca, y como el reino de Galicia estaba muy alterado, creyó el electo que el tomar posesión iba a costarle Dios y ayuda. Pidióselo su tío, y éste convino en que iría él a Santiago a pacificar Galicia, y que mientras tanto quedase su sobrino en el arzobispado de Sevilla. Don Alonso de Fonseca restableció el sosiego en la revuelta diócesis de Santiago; pero cuando trató de deshacer el trueque con su sobrino, éste se resistió a dejar la silla hispalense. Hubo necesidad, para apearle de su resolución, no sólo de un mandamiento del Papa, sino de que interviniese el rey y de que altos partidarios del sobrino de Fonseca fuesen ahorcados después breve proceso.
Mandar a la porra
Antiguamente, en el ámbito militar, el soldado que ejecutaba el tambor mayor del regimiento llevaba un largo bastón, con el puño de plata y mucha historia detrás, al que se llamaba “porra”. Por lo general, este bastón era clavado en un lugar alejado del campamento y señalaba el lugar al que debía acudir el soldado que era castigado con arresto: “Vaya usted a la porra”, le gritaba el oficial y el soldado, efectivamente, se dirigía a ese lugar y permanecía allí durante el tiempo que se mantenía el castigo. Posteriormente, fue cambiada la forma de castigo, pero la expresión mandar a la porra quedó en el uso del lenguaje del pueblo con un matiz netamente despectivo.
Meterse en camisa de once varas
La locución tuvo su origen en el ritual de adopción de un niño, en la Edad Media. El padre adoptante debía meter al niño adoptado dentro de una manga muy holgada de una camisa de gran tamaño tejida al efecto, sacando al pequeño por la cabeza o cuello de la prenda. Una vez recuperado el niño, el padre le daba un fuerte beso en la frente como prueba de su paternidad aceptada. La vara (835,9 mm) era una barra de madera o metal que servía para medir cualquier cosa y la alusión a las once varas es para exagerar la dimensión de la camisa que, si bien era grande, no podía medir tanto como once varas (serían más de nueve metros). La expresión “meterse en camisa de once varas” se aplica para advertir sobre la inconveniencia de complicarse innecesariamente la vida.
Ser chivo expiatorio
Este dicho proviene de una práctica ritual de los antiguos judíos, por la que el Gran Sacerdote, purificado y vestido de blanco para la celebración del Día de la Expiación (”purificación de las culpas por medio de un sacrificio”) elegía dos machos cabríos, echaba a suerte el sacrificio de uno, en nombre del pueblo de Israel y ponía las manos sobre la cabeza del animal elegido -llamado el Azazel- al que se le imputaban todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita. Luego de esta ceremonia, el macho sobreviviente era devuelto al campo por un acólito y abandonado a su suerte, en el valle de Tofet, donde la gente lo perseguía entre gritos, insultos y pedradas. Por extensión, la expresión “ser el chivo expiatorio” adquirió entre nosotros el valor de hacer caer una culpa colectiva sobre alguien en particular, aun cuando no siempre éste haya sido el responsable de tal falta.
Tirar la casa por la ventana
Se dice cuando una persona comienza a tener grandes gastos, superiores a los que acostumbraba. El origen de esta frase se encuentra en la costumbre que existía en el siglo XIX de tirar, literalmente, por la ventana los enseres de una casa cuando a alguien le tocaba la lotería nacional.
Hacerse el sueco
Su significado, es conocido por todos: Es hacerse el desentendido. No hacer caso alguno a los cargos o reflexiones que se le hagan. Dicho de otro modo también, “hacerse el tonto”. Su origen es el siguiente: Como tantos otros, se dice así erroneamente por mimetismo fonético y no proviene de los suecos de Suecia sino de la palabra latina soccus: especie de pantufla empleada por las mujeres y los comediantes. De hecho, soccus era el calzado que en el teatro romano antiguo llevaban los cómicos, a diferencia del coturno con el que elevaban su estatura los trágicos. De soccus viene zueco (zapato de madera de una pieza), zocato (zurdo) y zoquete (tarugo de madera corto y grueso), palabra ésta que se aplica al hombre torpe y obtuso. De aquí que, hacerse el sueco, equivalga a hacerse el torpe, el tonto, el que no entiende lo que se le dice.
Poner los puntos sobre las íes
Cuando en el siglo XVI se adoptaron los caracteres góticos era fácil que dos íes se confundieran con una “u”. Para evitarlo se colocaban unos acentos sobre ellas y la costumbre se extendió hasta la “i” sencilla.
Bueno, si quieren saber sobre más dichos comunes, pueden visitar las siguientes webs:
Español sin fronteras
La página de Karmentxu