Wilhelm Reich es el padre de la mayoría de los trabajos con el cuerpo, de las terapias orientadas hacia lo corporal y de las terapias emocionales profundas de la actualidad.Su trabajo, a su vez, es en realidad el desarrollo natural y lógico del trabajo de su maestro, el pionero Sigmund Freud. Sin embargo, el genio penetrante y el franco coraje de Reich lo condujeron a territorios mucho más lejanos que los explorados por Freud, lo cual le provocó agrios conflictos con el movimiento psicoanalítico.
[...] Mientras que el Psicoanálisis está completamente orientado hacia lo verbal y el insight, el sistema terapéutico de Reich trabaja directamente con el cuerpo y la estructura del carácter, utilizando un ingenioso conjunto de técnicas poderosas y originales para liberar, por medio de descargas convulsivas, la energía sexo-emocional reprimida. La meta última de la terapia es disolver la estructura de carácter neurótico y la armadura o coraza muscular en sus niveles biológicos más profundos, con el fin de restaurar el flujo libre, natural de la energía y, finalmente, establecer la potencia orgásmica plena, es decir, la capacidad de cargar y liberar plenamente la energía en el momento del orgasmo.
Este concepto de potencia orgásmica constituye el verdadero meollo de la terapia reichiana. Igual que Freud, Reich estaba convencido de que la causa básica de la neurosis es la energía sexual reprimida.
[...] Perdimos mucho de la espontaneidad y vivacidad de la infancia. Nos volvimos más duros, más insípidos, más embotados, más “acorazados”.
Este acorazamiento y las subyacentes emociones negativas que rondan el sexo son incompatibles con las corrientes ondulantes y las convulsiones extáticas del orgasmo. El reflejo de orgasmo natural se ha hecho pedazos a causa de la angustia de orgasmo crónica.
Reich descubrió que el orgasmo pleno se caracteriza por una enorme carga energética seguida de una liberación refleja, que consiste en convulsiones involuntarias y ondulatorias de la totalidad de la musculatura del cuerpo, sensaciones de “derretirse” y “estremecerse”, una pérdida de la vigilancia normal del ego, y, finalmente, una profunda sensación de paz, de relajación, de plenitud y una agradecida ternura hacia la pareja. Cuando la liberación plena es incompleta debido al acorazamiento crónico y a la angustia de orgasmo, el excedente de energía no descargado queda condenado a permanecer en el interior. Este reservorio de energía sexual aprisionada, o éxtasis, es la fuente inmediata de energía para la neurosis. La energía sencillamente no tiene donde ir, salvo a formar síntomas neuróticos como angustia, sadismo o conductas compulsivas. Por tanto, las defensas neuróticas correspondientes al bloqueo sexual del pasado se liberan en el presente y la éxtasis sexual resultante proporciona la fuerza motriz para las viejas pautas neuróticas –las que se originaron a partir de la frustración sexual crónica- en un círculo vicioso sin fin.
La angustia de orgasmo forma la base de la angustia general de placer, del miedo a la vida y, particularmente, del miedo al amor, todo lo cual es parte integral de la estructura humana predominante. El verdadero amor es más que una actitud mental de afecto; es una emoción apasionada que implica poderosas corrientes energéticas en el corazón, en el vientre, en todo el cuerpo. En una persona acorazada tales corrientes despiertan miedos inconscientes de ardor apasionado, de despertamiento sexual, de “pérdida de control”. En otras palabras, el bloqueo contra la inmensa explosión de energía orgásmica forma la base energética para un bloqueo general contra todas las corrientes fuertes de energía. Además, la bronca y la amargura subyacentes causadas por el éxtasis sexual crónica envenenan nuestros sentimientos naturales de amor.
Reich pensaba que la estasis sexual, debido a su efecto sobre el sistema nervioso autónomo, es también la causa básica de la mayoría de las enfermedades. El sistema nervioso autónomo en realidad está integrado por dos sistemas complementarios, el simpático y el parasimpático, que ejercen una influencia opuesta sobre cada órgano del cuerpo. El sistema nervioso simpático moviliza al organismo ante acciones de emergencia: pelear o huir. Estimula la secreción de adrenalina y está implicado en combatir todo tipo de stress o infección. El parasimpático, por su parte, está implicado en la relajación y el placer, igual que la digestión y el despertamiento sexual. En términos generales, el simpático tiene que ver con la contracción y el parasimpático con la expansión de la totalidad del organismo. Un organismo sano normalmente debería oscilar entre estos dos polos de acuerdo con las circunstancias cambiantes. Pero el organismo acorazado, orgásticamente impotente, está esencialmente en un estado crónico de contracción. Al mismo tiempo, la presión constante de la energía condenada a prisión perpetua actúa como una fuente continua de stress. Fisiológicamente, esto ocasiona la activación crónica del sistema nervioso simpático, o “simpaticotonía crónica”.
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Una lectura atenta de la TABLA I (incluida en su libro), donde se enumeran las diversas funciones del sistema nervioso autónomo, revela una notable correlación entre la clase de enfermedad que afecta un órgano específico y el efecto de activación simpática de ese órgano. Por ejemplo, la hipertensión cardiovascular corresponde al efecto del sistema nervioso simpático sobre los vasos sanguíneos, efecto que consiste en contraerlos. Similares correlaciones pueden encontrarse para la constipación, las úlceras, el enfisema, el reumatismo, la artritis y muchas otras enfermedades corrientes –indirectamente- también el cáncer.
[...] La angustia de orgasmo y la estasis sexual, según Reich, son también la causa básica de la neurosis social de masas que actualmente amenaza nuestra misma supervivencia como especie. La guerra, el racismo, la despiadada explotación de un grupo por el otro y el fascismo o las dictaduras de todo color –embozadas o desembozadas- están esencialmente basadas en el odio, y la frustración sexual crónica es la fuente primaria del odio. Esta conexión resulta particularmente obvia en el caso del nazismo y en la persecución de los negros. Los regímenes políticos autoritarios y antivida no son meramente impuestos a las masas por una minoría poderosa; esos regímenes de hecho se erigen y están basados en las actitudes autoritarias y antivida de las masas, actitudes que a su vez se originan en la crianza familiar típicamente autoritaria y sexo-represiva. Este tipo de crianza tiende a producir la estructura caracterial resignada e impotente, que carece de genuina autoconfianza y sumisión a la autoridad, a no ser por medio de fuertes impulsos sádicos y rebeldes subyacentes. La gente con esta estructura puede parecer que busca la libertad e independencia, pero en realidad le tienen profundo miedo.
[...] Reich entonces, concibió la neurosis no meramente como paquetes aislados de enfermedad en una sociedad de lo contrario sana, “normal”, sino como un fenómeno de masas, una plaga emocional promulgada por la misma estructura social. La neurosis es la norma. Del mismo modo, un síntoma neurótico no es un defecto aislado en una personalidad de lo contrario sana; la estructura caracterial entera es más o menos neurótica. El síntoma sólo es el indicio más notable de la condición total subyacente.
Reich fue viendo cada vez más la estructura caracterial neurótica como una constelación de defensas contra el libre flujo de la energía sexo-emocional. De acuerdo con esto, la terapia consiste en identificar y disolver esas resistencias caracterológicas, paso a paso, de modo tal que las emociones subyacentes puedan aflorar. El llamó a este procedimiento análisis del carácter, contraponiéndolo con la práctica psicoanalítica usual de análisis del síntoma, en el cual los contenidos del inconsciente del paciente eran interpretados apenas se le hacían evidentes al psicoanalista. El análisis del síntoma usualmente tenía escaso efecto emocional o terapéutico sobre el paciente, pero Reich descubrió que el análisis del carácter hecho en forma cuidadosa y consistente conducía a poderosas liberaciones emocionales y a curas más substanciales.
Por carácter Reich entiende el “como” de la conducta de una persona, distinguiéndolo del “que”. “Como” habla una persona, por ejemplo –la calidad de su voz, sus entonaciones, su expresión- es más significativo que el mero contenido de lo que dice. “Las palabras pueden mentir, pero el carácter nunca miente”. De igual modo, cosas tales como la postura, el aspecto, la marcha, los amaneramientos, los gestos y las expresiones faciales tienden a poseer una cualidad invariable, habitual que hace que la persona sea singularmente reconocible para otros, pero de lo cual ella misma para nada se da cuenta. El analista del carácter aprende a sentir la expresión o cualidad emocional inherente a cada uno de esos rasgos y al carácter como un todo. Basado en su intuición, el analista procede entonces a ayudar al paciente a que llegue a advertir su propio carácter; primariamente de un modo sentido o experimentado, más que en forma meramente intelectual. El analista empieza por los rasgos más obvios o superficiales –aquellos que el mismo paciente más probablemente advierte en parte- y gradualmente va haciendo lo mismo con los estratos más profundos.
Supongamos por ejemplo, que el paciente tiene una sonrisa habitual. Esa sonrisa puede persistir aún cuando se halla discutiendo las emociones o experiencias más dolorosas. Tal expresión invariable, ya sea manifiesta o encubierta, es evidentemente un bloqueo del fluir natural de los sentimientos. El analista empezará por señalar la sonrisa al paciente, a medida que va ocurriendo, repetidamente, consistentemente. Llamará la atención sobre la incongruencia entre la sonrisa y el contenido doloroso de lo que el paciente está diciendo. Podría apremiar al paciente a que gesticule rápidamente, o que frunza el ceño, o que haga otras expresiones que contradigan la sonrisa, o podría hacerle exagerar la sonrisa. Al mismo tiempo el analista debe estar alerta a los signos de ofensa, resentimiento, ansiedad o cualquier forma de resistencia. El sabe perfectamente que al atacar el carácter del paciente está atacando aquello que el paciente identifica más íntimamente con él mismo.
En realidad, la misma posición de autoridad del analista inevitablemente despierta emociones negativas latentes y actitudes que el paciente originariamente sintió hacia sus padres y hermanos. Esto se llama transferencia negativa.
El analista sabe que sería fútil tratar de forzar todo insight terapéutico a través de esta pared de negatividad. Por cierto, son precisamente estos sentimientos negativos los que forman la parte más importante de lo que yace escondido en la coraza del carácter y que el análisis necesita abordar. El analista entonces trata de atraer estos sentimientos y alienta al paciente a que los exprese abiertamente. A medida que emergen los sentimientos negativos, la función defensiva de la sonrisa también llegará a ser más evidente. Este trabajo con la transferencia y las reacciones negativas latentes es una de las tareas más difíciles, exigentes y sutiles de la terapia. Manejada apropiadamente, la relación transferencial es la vía fundamental de acceso al inconsciente; manejada chapuceramente, es el naufragio de muchas terapias.
Si el trabajo caracteroanalítico procede correctamente, el paciente empezará a tomar conciencia de su sonrisa y de sus otros rasgos como síntomas antes que partes inalienables de su verdadero sí mismo. Empezará a sentir las emociones inmanentes en la sonrisa, como así también los sentimientos subyacentes que la sonrisa está encubriendo. Por ej. la sonrisa aparentemente cortés y agradable podría estar escondiendo un sentimiento oculto de “Nada me llega”. Aún debajo de eso puede haber un sentimiento más hondo de ¡“No me podés agarrar, desgraciado, no te daré la satisfacción”! Y debajo de esto, escamoteado por la actitud defensiva, puede haber apasionados sentimientos de dolor, ansiedad, tristeza y bronca. Puede haber impulsos orales de llorar, gritar, morder o chupar. Si la transferencia fue abordada apropiadamente, el paciente irá dándose cuenta cada vez más de los antiguos sentimientos escondidos de desconfianza, miedo, rabia o ansiedad que siente hacia el terapeuta y de las raíces que éstos tienen en su más temprana relación con sus padres. Empezará también a sentir cómo su sonrisa y otros rasgos sirven para enmascarar, contener o encubrir esos sentimientos y a percibir las raíces de estas pautas defensivas del pasado. Con el aumento de la captación de sí mismo y de los sentimientos más profundos, las pautas defensivas perderán su aferramiento en el carácter, las emociones subyacentes emergerán espontáneamente y hallarán descarga y la personalidad entera se hará más clara, más sana y más capaz de buscar y gozar satisfacción real en la vida y en el amor.
Años de experiencia clínica con el análisis del carácter condujeron a Reich a su descubrimiento más original y extraordinario: el descubrimiento de la coraza muscular y el famoso trabajo corporal reichiano. El halló que la estructura caracterial neurótica y las emociones reprimidas están en realidad fisiológicamente enraizadas en espasmos musculares crónicos. Las emociones no son meros sentimientos que flotan alrededor del cerebro: toda emoción también involucra un impulso a la acción. La tristeza, por ejemplo, es un sentimiento –un evento psíquico- pero también involucra un impulso a llorar, impulso que es un verdadero evento psíquico que conlleva un determinado tipo de respiración, vocalizaciones, expresiones faciales, y hasta acciones convulsivas de los miembros. Si el intento de llorar tiene que ser suprimido, todos esos impulsos musculares convulsivos tiene que ser suprimidos por medio de un esfuerzo voluntario de contención y de tensión. Sobre todo uno debe contener la respiración. Con esto no sólo se suprimen los sollozos o los gritos, sino que se hace descender el nivel de energía disminuyendo la toma de oxígeno. Además, las tensiones musculares bloquean el flujo de energía que constituye un aspecto esencial de la excitación emocional.
Si la retención muscular llega a hacerse habitual, se convierte en contracciones espásticas crónicas de la musculatura. Estos espasmos se vuelven automáticos, inconscientes; no pueden ser relajados voluntariamente; persisten aún al dormir. La supresión se ha convertido en represión. Los sentimientos y recuerdos olvidados permanecen adormecidos aunque intactos bajo la forma de impulsos de la acción congelados en los músculos y la totalidad de estos espasmos musculares crónicos constituye un sistema de coraza muscular que nos defiende contra los estímulos del exterior, pero también contra los estímulos del interior.
Así, la coraza muscular es el aspecto físico y la coraza caracterial es el aspecto psíquico de nuestro sistema de defensa. Uno es completamente inseparable del otro. Por ej. la sonrisa neurótica que analizamos anteriormente no sólo es una defensa emocional o una actitud psíquica: se trata también de una contracción espástica crónica de la musculatura de la cara. Se la puede atacar en forma efectiva tanto por medios físicos como psíquicos.
[...] Otro de los increíbles descubrimientos de Reich es la disposición de la coraza en segmentos o anillos. Ocurre que, en general, los bloqueos musculares individuales no corresponden a un músculo o a un conducto nervioso determinados, antes bien, ellos se alinean según una disposición segmentada. Los segmentos funcionan transversalmente, formando ángulo recto con el flujo longitudinal natural de la energía biológica. Son como los anillos de un gusano, cuando a éste se lo aprieta, sus anillos se encogen, obturando y desorganizando el sinuoso flujo natural de corrientes longitudinales de energía. Lo mismo que la disposición segmentada de la columna vertebral, de los ganglios autónomos y de los intestinos, los anillos representan al gusano en el hombre.
Reich identificó siete segmentos primordiales de la coraza, el ocular, el oral, el del cuello, el torácico (incluidos los brazos), el diafragmático, el abdominal y el pélvico (incluidas las piernas).
Cada segmento es un anillo o cinturón de tensión que circunda el cuerpo y que también afecta los órganos internos subyacentes. La relativa independencia de estos segmentos se observa en el hecho de que toda actividad emocional o bioenergética en una parte de un segmento tenderá a influir en sus otras partes, mientras que los segmentos adyacentes a menudo mostrarán signos de incremento del acorazamiento o la resistencia, como una reacción defensiva a la presión que ejerce la energía liberada, la cual está tratando de abrirse paso.
[...] El trabajo corporal reichiano es poderoso. Proporciona accesos más rápidos y seguros a zonas del inconsciente que habitualmente son inaccesibles. Liberaciones emocionales profundas, convulsivas y hasta recuerdos reprimidos en las edades más tempranas, emergen espontáneamente , sin esfuerzo especial, simplemente como un subproducto del ablandamiento continuo de las resistencias. La energía, que fluye libremente al haber sido liberada, se introduce en los bloqueos que aún quedan, facilitando su relajación y poniendo en movimiento un proceso de disolución espontánea de acorazamiento que, finalmente, penetra hasta los niveles más profundos del funcionamiento biológico, abriéndose así el camino para el desarrollo pleno del reflejo de orgasmo.
Extracto del artículo “Descripción de la Terapia Reichiana” de Richard Hoff, publicado en la revista “Mutantia” Año 1 N°1, Junio-Julio 1980. Bs. As.