October 10, 2006

Viaje mágico y misterioso

En agosto de 1976 salió a la calle El expreso imaginario, una revista cultural que hablaba de ecología, arte, poesía y rock en plena represión. Lernoud, Rosso y Kleiman recuerdan aquellos días y se diferencian de la izquierda combativa.

La dictadura militar de Jorge Rafael Videla, Eduardo Massera y Orlando Agosti, que usurpó el orden constitucional entre marzo de 1976 y diciembre de 1983, fue tan bruta como sangrienta: no sólo desapareció a 30 mil personas, incrementó de siete mil a 45 mil millones de dólares la deuda externa o hirió de muerte al aparato productivo; también prohibió libros como El principito y hasta llegó a desmantelar un stand de la Feria del Libro porque estaba en exhibición un ejemplar de La cuba electrolítica.
Los diarios de mayor tirada miraron para otro lado en un principio (“Nuevo gobierno”, tituló Clarín el 24 de marzo), para luego ser meros cómplices, ya sea por miedo o por ciertos favores de la Junta, como la escandalosa venta del monopolio del papel prensa. Una excepción fue El Buenos Aires Herald, que si bien fue benévolo con la política económica del ministro de Economía José Martínez de Hoz, criticó las violaciones a los derechos humanos. Algunas revistas llevaron su adicción al régimen a niveles impresentables (Somos, Gente);otras, a través de la ironía, lanzaban dardos certeros (Humor, Satiricón).
En agosto de 1976 salió por primera vez El expreso imaginario, una revista cultural cuya misión sería divulgar la poesía, el arte, la ecología y el rock. Jorge Pistocchi venía trabajando la idea desde Mordisco, otra publicación de rock fundada en marzo de 1974. “Pero la guita aparece recién en 1976, cuando el abogado de Luis Alberto Spinetta, Alberto Ohanian, decide financiarla. Y cae justo el golpe. Nosotros sabíamos que de religión y de drogas no podíamos hablar, porque existía la Triple A. Después de marzo, de política tampoco”, afirmo Pipo Lernoud, uno de los directores.
En esa trinchera, en donde no se lanzaban bombas, pero tampoco de bailaba al compás de la dictadura, El expreso encontró refugio junto a otras manifestaciones populares, como los cantos de las hinchadas de fútbol, o la murga Los magos de Saavedra, que en tono picaresco se reían de Martínez de Hoz. “Yo, ante la violencia de los 70’ prefería pararme en un lugar pacífico, era eso o darle de comer a los leones”, dijo Pistocchi en una nota en 1996 a Tres Puntos.
En las páginas del Expreso se podía leer sobre poesía aborigen, la obra de Paul Gauguin o la música del brasileño Remeto Pascoal. Hasta fueron publicadas notas sobre aborto, anticonceptivos y partos naturales. Horacio Fontova era el encargado del diseño gráfico, con dibujos de su autoría, y algunos números traían láminas a color con reproducciones de cuadros de Antonio Berni o Xul Solar.
“Hablábamos de cuestiones metapolíticas. Era absurdo desafiar al aparato militar de frente. Me imagino que algún milico un poco más inteligente que la media nos habrá querido prohibir, pero creo que hasta ellos tenían que tener cierta base racional. De última nos dejaban porque nos creían unos loquitos”, dice Alfredo Rosso, redactor y traductor de las notas que la revista tomaba prestada, sin pagar un peso, de otras publicaciones internacionales.
“Los milicos no detectaron el alcance del Expreso. La identificación de la gente iba más allá de lo que se pudiera tener con una revista. Había cartas de presos, que no publicábamos por razones obvias, que nos decían que éramos un resplandor en el medio de la oscuridad”, revela Rosso.
La prehistoria de este proyecto se podría ubicar en una editorial escrita por Lernoud y Moris a mitad de los 60’ para una publicación que nunca vio la luz y que devino en un panfleto que circuló por el Bar Moderno. “El intelectual porteño es el animal más inútil del universo. Se muere en un café, resolviendo complicadas abstracciones, vestido de cadáver, mientras a su lado la vida en colores. Hace marxismo de entrecasa”, denunciaba ese documento.
El expreso, ironía cruel, nació y murió con la dictadura. En esos seis años hubo tres etapas bien diferenciadas. La primera duró hasta 1979, cuando Pistocchi da el portazo y junto Ralph Rothschild –hoy editor de La Mano- publican Zas y luego Pan Caliente. Ohanian se queda con la marca y le entrega el mando a Lernoud, quien la dirige por dos años, hasta la entrada en escena de Roberto Pettinato. “La ideología de la revista se va con Pistocchi a Pan Caliente, como se ve en la tapa con los tomatazos a John Travolta en plena fiebre disco”, comenta Rosso. Después hubo dos intentos de resurgir la revista, cuando Pistocchi recuperó el nombre, pero no prosperaron.
Ningún número fue censurado, ni siquiera el de la tapa con payador perseguido Atahualpa Yupanqui. Lernoud cree que fue gracia a la ignorancia de los militares: “Pensaban que el rock no era comunista y como venía de Estados Unidos o Inglaterra no era muy malo. Nos menospreciaban”. Para Claudio Kleiman, otros de los redactores del Expreso, el motivo fundamental fue que eran “incensurables”. “Al ser no violentos, al no tener una opinión directamente política, los milicos no sabían cómo encuadrarnos. En esos días Charly García cantaba con La Máquinas de hacer pájaros la canción ¿Qué se puede hacer ahora salvo ver películas? Esa forma de decir las cosas era imposible de prohibir”.
“Aunque siempre había autocensura –aclara Lernoud- porque, si bien el rock no tuvo desaparecidos, sí hubo persecuciones y exilios como los de Litto Nebbia y León Gieco. Algunas cosas se escapaban, como una vez que publicamos fotos de mujeres desnudas, bajo la excusa de que el enfoque era antropológico”. Entre risas recuerda que una colega de Para Ti no podía creer que le “dejaran pasar esas cosas”. El reproche es lógico si se tiene en cuenta que la revista de la mujer argentina defendía con uñas y dientes el terrorismo estatal.
“En la época del Mundial traduje un nota a Rod Stewart, fanático del fútbol –recuerda Rosso-, donde entre otras cosas dijo que no comprendía porqué se la criticaba a la sociedad argentina, si acá estaba todo bárbaro. Eso salió publicado porque no se lo pudo parar, pero me cagaron a pedos. Loco ¿no te das cuenta lo que está pasando?, me gritó Pistocchi. Nunca la revista fue complaciente con el poder”.
El discurso que Massera dio en la Universidad del Salvador el 26 de noviembre de 1977, en donde transforma al rock en sinónimo de subversión, revela el camino que tomarían los dinosaurios. Ya en mayo de ese año el gobernador de Buenos Aires, Ibérico Saint Jean, había anticipado el plan en un tono poco sutil: “Primero eliminaremos a los subversivos, después a los cómplices, luego a sus simpatizantes. Por último, a los indiferentes y a los tibios”. “A partir de ahí empezamos a tener miedo”, confiesa Lernoud. Pero a pesar del máximo cuidado que tenían, a veces recibían “visitas raras”. Al respecto, Kleiman recuerda: “Una vez un tipo estuvo todo el día mirando con un prismático desde la ventana del edifico de enfrente a la redacción. Pero como después no pasó nada, no sé si era de los servicios o un lunático”.
El Expreso y la guerrilla tenían un enemigo en común, pero pocas cosas en común entre ellos. La vida que proponía la revista no encajaba con el militarismo que se impulsaba desde el seno de Montoneros o ERP, en donde las drogas o el sexo libre eran considerados una distracción burguesa.
Lernoud comenta que la izquierda dogmática acusaba al rock de “imperialista” y dispara: Si ellos hubieran tomado el poder, tal vez también nos hubieran perseguido, porque El Expreso defendía la libertad cultural, sin ataduras partidarias”. “No sé si estoy de acuerdo. Por ahí eso que dice Pipo se daba en las cúpulas, pero no en las bases, que sí escuchaban rock y que caían presas a la salida de los Luna Park que se hicieron en el 76’, en donde siempre los milicos llenaban colectivos con detenidos”, reflexiona Kleiman. Rosso inclina la balanza a favor de Lernoud: “La miopía de los partidos de izquierda con el rock ha sido histórica”. En lo que sí coinciden los tres es que la revista nunca fomentó una revolución anticapitalista.
En el número de septiembre de 1979, Almendra publicó un aviso a página completa, en alusión a su vuelta a los escenarios: “Necesitamos una región de poesía y música que desbarate, que confunda. Que ilumine, que desborde, que enceguezca. Necesitamos hacer sonar una campana, para que su sonido nos sacuda y nos inunde. Para seguir estando aquí y cantar por una generación fumigada. El actual es un estado depresivo. Pero resurgir no es desaparecer”. En sus primeros seis años de vida, El expreso imaginario no traicionó ni una sola coma de esa declaración de principios