January 8, 2006

Los celos, sentimientos normales, presentes pero ocultos, estructurantes y a la vez desestructurantes, sexuales y dominadores, fundamentos de la pasión, acicate de la inteligencia y origen del asesinato, que la Real Academia define escuetamente: “Sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra”, y que el propio Freud ampliará: “están compuestos por el duelo, el dolor por el objeto de amor que se cree perdido, y por la afrenta narcisista, en la medida en que esta puede distinguirse de las otras; además, por sentimientos de hostilidad hacia los rivales que han sido preferidos, y por un monto mayor o menor de autocrítica, que quiere hacer responsable al yo propio por la pérdida del amor”.( 12) Ninguna palabra sobre la mentira tan central en el drama de los celos. Por eso y siguiendo en las definiciones preferiríamos la del Diccionario de R. Chemama y B. Vandsermaersch: “Conjunto de sentimientos dolorosos y de ideas en un sujeto que teme, sospecha o tiene la certeza de que su objeto de amor le es infiel”. (15)

De cualquier manera el escenario de los celos lo pueblan muchos actores, desde luego más de tres, los protagonistas ineludibles, pero un cuarto nunca falta, la realidad externa, la cohorte de Yagos siempre presentes.

En realidad este trabajo debería titularse Los celos y las estructuras clínicas, pues mi intención fue más ver como estas estructuras condicionan la manifestación de un fenómeno normal como son los celos, el duelo o la ansiedad y no fijarme únicamente en su relación con las perversiones. Pero estaba fuertemente impresionado por la relación de Joyce con su esposa Nora, (11) por los celos y el comportamiento perverso del escritor para dominarlos. También por aquella época varios pacientes presentaban una problemática parecida: un comportamiento perverso se erigía en defensa frente a la vivencia de los celos. Pude ver como algunos pacientes consiguen dominar sus celos intensificando precisamente los aspectos que aparentemente los despertaban. Un paciente a lo largo de su vida consiguió controlar sus intensos celos haciendo que su mujer mantuviese relaciones sexuales y de cualquier tipo con otros hombres. El caso de James Joyce ilustra muy bien esta situación. El escritor Joyce, muy estudiado por Lacan, fue un genio como escritor pero, al parecer, fracasó en su vida privada y los celos fueron la causa de este supuesto fracaso. En cualquier caso la historia de su fracasada vida privada es el fundamento del éxito de su vida como escritor. La entrega que hizo de su mujer a su amigo Roberto Prezioso ilustra como en el caso del paciente señalado, una defensa perversa frente a los celos que le atormentaban.

Los celos han sido centrales a lo largo de la literatura, en el teatro, en la novela son temas recurrentes que grandes autores han explorado. Sin embargo un elemento tan central en el mundo de la cultura no ha encontrado una reflexión teórica importante en psicoanálisis. Freud se entusiasmo con los celos paranoides o los homosexuales y abandonó los normales. Pensaba que estos, los celos normales no podían ser objeto de análisis. “Sobre los celos normales – decía Freud – poco puede decir el análisis.”(12).

Con M. Klein igualmente perdieron la especificidad y la envidia pasó a primer plano.

Esta autora distingue entre celos envidia y voracidad con las siguientes definiciones:

Entre la envidia, los celos y la voracidad deben hacerse una distinción. La envidia es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. Además la envidia implica la relación del sujeto con una sola persona y se remonta a la relación más temprana y exclusiva con la madre. Los celos están basados sobre la envidia, pero comprenden una relación de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo, por su rival.

En la concepción corriente de los celos, un hombre o una mujer se sienten privados por alguien de la persona amada.

La voracidad es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable y que excede lo que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar. En el nivel inconsciente, la finalidad primordial de la voracidad es vaciar por completo, chupar hasta secar y devorar el pecho; es decir, su propósito es la introyección destructiva. La envidia, en cambio, no sólo busca robar de este modo, sino también colocar en la madre, y especialmente en su pecho, maldad, excrementos y partes malas de sí mismo con el fin de dañarla y destruirla. En el sentido más profundo esto significa destruir su capacidad creadora (14).

La envidia se convertiría en un concepto central mientras los celos se perdieron en el camino

Para Lacan, los celos, como casi todo, hay que entenderlos, por lo menos, en el eje de lo imaginario y de lo simbólico:

Los celos están vinculados a lo imaginario y aunque no se niegue la dimensión de la falta acusararemos al otro de la imposibilidad de cumplir nuestro deseo.

“Todo conocimiento humano tiene su fuente en la dialéctica de los celos, que es una manifestación primordial de la comunicación. Esta es una noción genérica observable, conductualmente observable. Entre niños pequeños lo que sucede entraña ese transitivismo fundamental que se expresa en el hecho de que un niño que le pego a otro puede decir: el otro me pegó. No miente: el es el otro, literalmente. (8)Este otro del espejo marca la matriz de la relación del yo con el otro (a) y con la violencia fundamental.” Pero esta situación produce una discordancia que obliga a la introducción de un objeto tercero que reemplaza a la confusión afectiva y a la ambigüedad especular ( 9, Pág., 57)

Los celos , que tienen sus raíces en el destete, son una identificación mental y no una rivalidad. Cuando San Agustín vio a su hermano menor prendido al pecho de su madre, vio que ese hermano menor, era él, Agustín, cuando aún no había sido destetado” (3, Pág. 42). Sospechamos que aquí Lacan confunde la envidia con los celos. No obstante, el autor continua: “Esta dialéctica entraña siempre la posibilidad de que yo sea intimado a anular al otro. Por una sencilla razón: como el punto de partida de esta dialéctica es mi alienación en el otro, hay un momento en que puedo estar en posición de ser a mi vez anulado porque el otro no está de acuerdo. La dialéctica del inconsciente implica siempre como una de sus posibilidades la lucha, la imposibilidad de coexistencia con el otro.

En lo simbólico, el tercero representa siempre el falo, tanto en su modalidad del ser como del tener.

Así pues el, yo es el otro, del registro de lo imaginario y la dimensión del falo en lo simbólico otorgaron a los celos normales un carácter tan general y fundante que igualmente perdieron su especificidad.

Se pasó de esta manera a un interés casi exclusivo por el delirio de celos y mas tarde por los delirios en general.

En la revisión, vía ordenador, de las obras completas de Freud, M. Klein, Lacan y Ferenczi, se nombra la palabra celos 472 veces, lo cual es un dato irrelevante pero que nos permite decir que el tema no ha sido muy trabajado. Si además tenemos en cuenta que libros como el de J. McDougall, “Las mil y una caras de Eros”, o el de O. Kernberg “Relaciones amorosas Normalidad y patología” no dedican a los celos ni un solo capítulo deberemos hacernos la pregunta de cual ha sido el destino de un concepto que parece perdido en el corpus teórico del psicoanálisis. Igualmente la infinidad de Diccionarios de Psicoanálisis que ya empieza a haber tampoco los nombran, salvo el diccionario de los Mijolla, o el nombrado anteriormente, que dedican una entrada a la Jalousie amoureuse de Daniel Lagache. El trabajo de Daniel Lagache de 1947, La jalousie amoureuse, es el más extenso e importante, pero nos resulta enigmático que desde entonces no se haya publicado nada novedoso sobre el tema.

En cualquier caso, ¿por qué estos celos, que Hinshelwood considera “la clave de bóveda de la teoría freudiana clásica en la forma del complejo de Edipo…” (13) pierden su importancia en beneficio de los celos proyectados o delirantes?

Llama la atención la pérdida de este concepto cuando lo vemos como motor central en la violencia de género tan de moda entre nosotros y a la que dedicamos unas Jornadas últimamente.

Creo que hay que rescatar la especificidad del concepto en tanto en cuanto podemos encontrarlo como elemento motivador en algunos cuadros psicopatológicos y, desde luego diferenciarlos de la envidia y la rivalidad. Volver a rescatar el concepto de complejo fraterno disminuido frente al omnipresente Edipo también parece ser una tarea a tener en cuenta.

El desarrollo freudiano.

En “Algunos mecanismos neuróticos en los celos, la homosexualidad y la paranoia”, Freud estudia los celos de forma monográfica y, como siempre deja fijado los aspectos básicos de lo que será este concepto. Así pues, celos, perversión y psicosis quedaran unidos en el funcionamiento psíquico y va a resultar difícil diferenciar o individualizar cada uno de los conceptos.

La descriptiva de los celos normales nos la presenta Freud:

a. un estado afectivo.

b. Tristeza.

c. Dolor por el objeto erótico que se cree perdido.

d. Ofensa narcisista.

e. Sentimientos hostiles contra el rival.

f. Autocrítica contra el propio yo como responsable de la perdida amorosa.



Y todo ello anclado en el Inc., como parte de la afectividad infantil y procedente del Complejo de Edipo o del Complejo fraterno. Igualmente tiene una modalidad bisexual.

Es sorprendente que en esta descripción de los celos Freud no haga referencia a dos aspectos que consideramos fundamentales en el desarrollo de este afecto: en primer lugar la hostilidad hacia el objeto que se cree perdido y, en segundo lugar el sentimiento de engaño frente ha dicho objeto. Volveremos sobre todo ello más adelante.

En los celos proyectados, señala Freud, el impulso erótico (infiel) es proyectado, atribuido, como defensa al partenaire, surgiendo así los celos. Luego los celos son la consecuencia de la proyección sobre el objeto amado de los propios deseos de infidelidad inconsciente.

En los celos delirantes el impulso inconsciente es de tipo homosexual: no soy yo quien le ama, es ella.

De cualquier manera nos encontramos en el campo de las psicosis de los delirios y no podemos hablar de los celos normales tal y como suelen entenderse.

Los celos parecen descritos en una cierta proximidad con el duelo. En el duelo la perdida se da en la realidad externa y la realidad interna debe llegar a aceptar esa perdida. En los celos es exactamente lo contrario la perdida tiene lugar en el mundo interno y la realidad externa debe corroborarlo, para lo cual siempre esta dispuesto el celoso. Aquí la inteligencia se agudiza en busca de esa gran mentira primordial. Celos y duelo se complementan. En el duelo se llega a aceptar la ausencia del objeto, en los celos se lucha contra esa posibilidad. Los celos son una de las defensas frente al duelo. En los celos no hay pérdida sino temor a la pérdida.

Creo que los celos freudianos comprometen demasiadas funciones psíquicas: la agresividad, el narcisismo, el Edipo, la alteridad, el instinto de vida y de muerte etc., de difícil armonización, pero no por ello deben quedar por fuera de la teoría.

Unos años más tarde, 1924 en La disolución del Complejo de Edipo Freud atribuye a los celos, aun sin nombrarlos, la experiencia central en el sepultamiento del Edipo.

“El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión -como decimos-, y es seguido por el período de latencia. Pero todavía no se ha aclarado a raíz de qué se va a pique {al fundamento}; los análisis parecen enseñarlo: a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niñita, que quiere considerarse la amada predilecta del padre, forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda de parte de él, y se verá arrojada de los cielos. El varoncito, que considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidados para entregárselos a un recién nacido.

De este trabajo podríamos deducir que los celos reproducen una experiencia arcaica (forma epistemológica tan querida al psicoanálisis) en que el Edipo no fue efectivamente sepultado sino únicamente reprimido. Aquí vemos como ese ideal antilibidinal de sepultamiento del C. de Edipo lo sitúa Freud como referente de la salud mental. Si el Edipo fuese sepultado, con él lo serian todos sus componentes y desde luego los celos. Y, sin embargo, la presencia de los celos sigue siendo evidente, como un afecto normal. Por tanto ni sepultamiento ni represión, el Edipo como condición estructural.

Siguiendo en la obra de Freud, En Psicología de las masas y análisis del Yo, describe el instinto gregario como un instinto de horda donde los sujetos se unen en torno a un jefe. Aquí Freud recrea el origen de los celos fraternos, la rivalidad con los hermanos que termina en identificación y origen de lo social.

Además,- nos dice Freud - por largo tiempo no se observa en el niño nada de un instinto gregario o sentimiento de masa. Este se forma únicamente cuando los niños son muchos en una misma casa, y a partir de su relación con los padres; y se forma, en verdad, como reacción frente a la envidia incipiente con que el niño mayor recibe al más pequeño. Aquel, por celos, querría sin duda desalojar {verdrängen} al recién llegado, mantenerlo lejos de los padres y expropiarle todos sus derechos; pero en vista de que este niño -como todos los que vienen después- es amado por los padres de igual modo, y por la imposibilidad de perseverar en su actitud hostil sin perjudicarse, es compelido a identificarse con los otros niños, y así se forma en la cuadrilla infantil un sentimiento de masa o de comunidad, que después, en la escuela, halla su ulterior desarrollo.



Los celos fraternos terminan con una identificación mientras los celos edípicos, donde la identificación también juega un papel, terminan, no obstante con la asunción de la castración. El destino de cada Complejo prestará a los celos sus características.


MENTIRA AGRESIVIDAD Y OBJETO

Pero los celos normales resultan no ser tan normales:” Estos celos, por más que los llamemos normales, en modo alguno son del todo acordes a la ratio, vale decir, nacidos de relaciones actuales, proporcionados a las circunstancias efectivas y dominados sin residuo por el yo conciente; en efecto, arraigan en lo profundo del inconciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual”.( 12)

Interesante concepción sobre la normalidad que de paso nos deja Freud “acordes a la ratio, vale decir, nacidas de relaciones actuales”. Como si hubiera actitudes psíquicas que no son moduladas por lo inconsciente.

Dijimos que la agresividad al objeto que se teme perder y la mentira que se cree padecer eran dos aspectos centrales en el desarrollo de los celos y que ponían de manifiesto esos aspectos primarios donde el Edipo se empieza a construir. De la agresividad hacia el objeto de amor que se teme perder poco habría que decir: la transformación del amor en odio, tal y como Freud nos lo cuenta en Las pulsiones y sus destinos.

La mentira, como los celos tampoco ha sido muy estudiada en Psicoanálisis, a pesar del valor que el propio Freud le da al descubrimiento que el sujeto hace sobre la mentira parental acerca de los orígenes. Piera Aulagnier lo enfatiza aun más: “… el descubrimiento de que el discurso puede decir lo verdadero o lo falso es, para el niño, tan esencial como el descubrimiento de la diferencia de sexos, de la mortalidad o de los límites del poder del deseo”. (5, Pág. 142).

Pero no es la única mentira, la de los orígenes, la que tendrá que afrontar el niño en su aventura edípica. El propio descubrimiento de ser prescindible, primero ante el padre, luego ante el nuevo hermanito será vivido igualmente como una mentira. En la cronología de los traumas estructurantes el duelo es anterior a los celos. Si los celos es miedo a la perdida del objeto de amor, éste debe haber sido perdido, para que el miedo aparezca. Deducción evidentemente teórica. En cualquier caso, podríamos decir que el sujeto psíquico hace su entrada a partir de una mentira: la de ser todo para el Otro. El primer tiempo del Edipo lacaniano lo expresaría muy bien. El desarrollo se hará sobre la necesidad de aceptar la castración en donde la mentira del otro forma parte. La mentira es la forma de mantener la omnipotencia, de continuar siendo el otro total, de no asistir a la ruptura de una fantasía que se debe mantener. En la relación pasional, tal y como la piensa P. Aulagnier, “el otro se presenta como autoposeedor de un autopoder, como no careciendo de nada, como no teniendo ninguna necesidad del Yo catectizador ni de cualquier otro Yo”. ( 4, pag, 172). Esto ocurre, dice P. Aulagnier en la medida que los mecanismos proyectivos, que otorgan tal poder, son ocultos para el sujeto.

Pero la mentira no está solo al servicio de la completud del Otro, está también al servicio del desarrollo de un yo que debe poder dudar: “Tener que pensar, tener que dudar de lo pensado, tener que verificarlo: tales son las exigencias que el Yo no puede esquivar, el precio con el que paga su derecho de ciudadanía en el campo social y su participación en la aventura cultural”. (5, Pág. 144).



La calidad del Objeto Y LA ESTRUCTURA YOICA.

Dice Freud que los celos surgen por miedo a la perdida del objeto de amor. Creo que el tipo de objeto da características particulares a este estado afectivo.

El concepto de objeto en psicoanálisis tiene un largo recorrido y su desarrollo hace que en ocasiones surjan malos entendidos. Una buena definición del objeto sería: “aquello a lo que el sujeto apunta en la pulsión, en el amor, en el deseo” (15). Es decir, tres objetos: un objeto libidinal, un objeto de amor y un fantasma. Precisamente la necesidad de unificarlos es lo que causa más problemas en las parejas.

El objeto de amor: fue difícil conceptualizar este objeto. En cualquier caso tuvo que diferenciarlo del objeto de la pulsión: el amor es un afecto del Yo total – del self-, mientras las pulsiones son anteriores a su constitución. El objeto de amor será, por tanto, a lo que se liga ese Yo total a la salida del Edipo. En el varón, la madre será el modelo y referente del objeto de amor que en el proceso de su constitución sufrirá un desdoblamiento: como objeto idealizado ( corriente tierna del amor) y como objeto rebajado ( corriente sensual). Corrientes que vemos aparecer posteriormente en algunos individuos dando así testimonio de la fijación incestuosa a la madre. Son esos sujetos para los que “allí donde aman, no desean, y allí donde desean, no aman”.
Pero pasemos a contemplar lo complementario al objeto, las vicisitudes del Yo.

En los celos el Yo no puede decatectizar el objeto o el proceso que se requiere puede quedar paralizado en un discurrir delirante. En el duelo la decatectización será posible, entre otras cosas porque el objeto si está perdido. Si consideramos el Yo freudiano como una instancia compleja, tal y como ha sido el discurrir de Piera Aulagnier, donde los procesos de catectización condicionaron los procesos identificatorios que las figuras parentales impusieron, los celos nos aparecerán en su dimensión más compleja

P. Auglanier describe tres fenómenos psicopatológicos en que este Yo complejo está involucrado:

1. un primer fenómeno en que los conflictos surgen con los objetos de la necesidad, esto es, con los objetos a los que el Yo está obligado a catectizar para preservar sus necesidades psíquicas y vitales. Este grupo nos da cuenta de la conflictiva psicótica.

2. un segundo grupo donde los conflictos surgen con los objetos de placer. No es un placer necesario, vital, “pero en cierto momento puede tornarse necesaria para que el Yo continúe eligiendo la vida” (4 pag. 153) y no un sufrimiento. Este es el registro de las neurosis.

3. cuando el objeto de placer se convierte en objeto de necesidad nos encontramos, según P. Aulagnier en el registro de lo pasional. “La experiencia de placer y el objeto que constituye su origen forman parte entonces de lo obligado, de lo impuesto, de lo necesario, de lo que no puede elegirse.” (ID)

Desde el punto de vista genético los celos tienen que ver con el tipo de objeto estructurado y, por tanto con el proceso que lo construye.

Sabemos que el objeto primario es un objeto de necesidad y que en el proceso normal de desarrollo dará paso al objeto de deseo. Gracias a este proceso el sujeto puebla su universo de objetos de deseo donde se jugará su mundo pulsional. El objeto de la necesidad no desaparece, queda envuelto por el objeto de deseo que de ahí en adelante marcará el destino pulsional. En los celos patológicos el sujeto queda plegado al objeto de la necesidad, mientras en los normales hay un deslizamiento del objeto de deseo al objeto de la necesidad. La imposibilidad de que el otro pueda satisfacer las demandas en las que lo que se pide es imposible, ser la madre y la amante, ser protegido y a la vez recibir placer sexual, explica que los celos aquí cobren ese aspecto pasional que les son consustanciales.

Así pues, los celos normales y patológicos no son solo una diferencia de grado, de cantidad sino de calidad: el estatuto del objeto marca la calidad de los celos.

Los celos surgen cuando ese Yo de placer suficiente hace una regresión a un Yo de placer necesario, o en términos objetales, cuando el objeto de amor se transforma en un objeto de necesidad y surge el peligro de su perdida. Los celos, como pasión que son, surgen y se desarrollan, con una intensificación de las emociones y una fascinación hacia el objeto que se tornó necesario. Es esa fascinación, en su doble acepción de engaño y atracción irresistible (fascinare, embrujar) lo que junto a la vivencia intensa, corporal, lo que nos retrotrae a experiencias primordiales, “en la que lo que causa el deseo y la angustia da lugar a un apego vital marcado por la avidez de los primeros lazos” ( 7). Primeros lazos donde la falta era tapada por la omnipresencia de la completud del otro. Como vemos, relación de asimetría que le permite a P. Aulagnier considerar que el amor pasional no es mutuo sino que uno convierte al otro en objeto de la necesidad. Posición a la que nos vemos llevados por imperativos teóricos que no soportan la evidencia de la observación: Nora y Joyce ¿representan una pasión asimétrica?

De cualquier manera los celos surgen en ese paso en que el objeto de placer se convierte en objeto de la necesidad, momento desconocido, momento de encuentro con algo de la realidad insospechado. “… este desplazamiento de la categoría del placer a la de la necesidad, no parece haber estado presente en otras experiencias que han precedido a la de la pasión. Todo ocurre entonces como si el encuentro con la posibilidad pasional viniera de golpe a revelar al sujeto algo que él no sabia que estaba presente en su relación con la realidad, en el conflicto que implicaba la necesidad de preservar sus catectizaciones en provecho de ciertos objetos y de ciertas metas.” (4, pag. 176)





Los Celos y las estructuras clínicas.

Freud estudio el duelo de forma general en su trabajo Duelo y melancolía. Allí nos dejó marcado un posible camino en el estudio de determinados fenómenos psíquicos; las características del duelo que estudia en las obsesiones nos abre las puertas para hacer lo mismo con los celos. La legalidad sigue viniendo de Freud.

1. Los celos normales en el registro de las psicosis pueden adoptar expresividades diferentes, siendo sus formas delirantes las más presentes en la literatura. Quisiera, no obstante, nombrar, a título de ejemplo, una situación en que los celos no pueden sentirse. Me refiero a la novela de M Duras, El arrebato de Lol V. Stein, que le permitió a Lacan profundizar en el terreno de las psicosis. Lol contempla a su prometido en la escena del baile fascinado por otra mujer. Esa escena la deja parada, sin posibilidad de respuesta, ni palabras, ni celos…, y cae en la psicosis. Si en las psicosis el Yo del otro es el fundamento de las catectizaciones y el portavoz de las identificaciones, quiere decirse que pensar su perdida se torna imposible. No existe el registra neurótico, donde el Yo del otro es un Yo elegido en función de un plus de placer no necesario pero si suficiente.

Pero los celos existen en las neurosis e, incluso aparecen en su especificidad clínica.

Los celos en la histeria:

La histeria es ese cuadro clínico que comienza con los griegos y continua modificándose a lo largo de la historia. Primero fue un útero errante, luego, en la Edad Media, una posesión demoníaca, luego, en la época de la ciencia una patología orgánica o funcional centrada, eso si, en su síntoma básico: la falta de identidad o la presencia de la identidad múltiple. Pero a lo largo del tiempo fue acumulando descrédito hasta convertirse en una voz insultante. Quizás por eso en 1980 el DSM III la denominó MPD ( multiple personality disorder) y en 1994, el DSM IV la denominó trastorno disociativo de la identidad. Nadie quiere ser histérica.

En el psicoanálisis pasó de ser el producto de la brutalidad sexual, a la fantasía y, por último a no existir como neurosis. La histeria no es una neurosis, titula uno de sus trabajos Philippe Julien.( 10).

¿Cómo definir la histeria hoy? Si la definimos por su insatisfacción, los celos, que es de lo que hablamos, vendrían a ser una sorpresa. La insatisfacción de la histeria se fundamenta en la insuficiencia del objeto que, de paso, le permite no ver la propia.

“Basta con que la pareja mire para otro lado para que se desvele el simulacro. Ella deseaba su deseo. Se pierde la ilusión. Allí estaba su feminidad. Esta configuración es espectacular en la histeria. Ella. Ella perdió el velo que la cubría y la mirada del otro se hace insoportable pues él ve que ella está privada de lo que creía tener.” (3 Pág. 83)



Los celos en el obsesivo
El obsesivo es el que dice no tener celos. Su control parece mantenerle a salvo de ese peligro de perder el objeto de amor. Su economía libidinal a salvo de cualquier riesgo – pues no la pone en riesgo- le garantiza una posición invulnerable.

“¿Qué es un obsesivo?, se pregunta Lacan. En suma es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de actos como si estuviera muerto. El juego al que se entrega es una forma de ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en mostrarse invulnerable. Con este fin, se consagra a una dominación que condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie de exhibición con la que trata de mostrar hasta donde puede llegar en ese ejercicio, que tiene todas las características de un juego, incluyendo sus características ilusorias —es decir, hasta donde puede llegar con los demás, el otro con minúscula, que es sólo su alter ego, su propio doble. ( 1, Pág. 29)

Pero es imposible permanecer en ese lugar, la realidad de la vida le pondrá, antes o después, ante la evidencia de un mundo libidinal que le explotará entre las manos. El paranoide dará la lata, la histérica hará ruido el obsesivo producirá un drama. Muchos de esos asesinatos por celos, quedan archivados en los juzgados con su correspondiente informe forense, esto es, perdidos para el conocimiento. Eran una pareja normal muy correctos, no se metían con nadie leemos en la crónica del suceso. Parejas de gente normal y, no olvidemos que a la neurosis obsesiva se le ha llamado neurosis de la normalidad. “Es inconcebible que un obsesivo pueda asignar el menor sentido al discurso de otro obsesivo: Incluso puede decirse que de allí surgen las guerras de religión” ( 10)



En Duelo y melancolía Freud nos describe lo que el obsesivo aporta al duelo: ambivalencia y destructividad, exactamente lo mismo que aporta a los celos.

Los celos en las perversiones.

El perverso es quien sin negar la ley ha encontrado un camino mejor que los demás hacia el placer sexual. En un principio la perversión fue definido por una triada conceptual: fijación libidinal, regresión al autoerotismo y elección narcisista de objeto. Más tarde el fetichismo reorganiza la teoría de las perversiones.

El fetichismo viene a resolver una contradicción freudiana. La obra de Freud pudo ser interpretada por algunos como un alegato contra una cultura que oprimía la vida pulsional, la sexualidad en definitiva, en aras de una sociedad tramada culturalmente: es el malestar en la cultura. Pero, sin embargo, Freud defiende la salud mental como consecuencia del sepultamiento del Complejo de Edipo, esto es, el sometimiento a la norma cultural. El fetiche viene a resolver esta contradicción.

Si el sepultamiento del complejo de Edipo, el aniquilamiento del complejo de Edipo como ideal cultural fue el corolario inquietante que nos legó Freud, hoy nos encontramos más cerca que nunca de lograrlo y precisamente por ello la solución perversa, el fetichismo, reclama un lugar fundamental frente a la sofocación social de las pulsiones.

“Entonces el fetiche protege la vida pulsional frente a las exigencias de una cultura que con su ideal de aniquilar al Edipo puede provocar no solo la muerte de la pulsión sino, afectarla tanto en la elección del objeto sexual como, quizás mas gravemente, en las condiciones mismas del amor”(16)

Podríamos atrevernos a pensar el psiquismo, no como algo estructurado en torno a la aceptación de la castración, sino en torno al conflicto entre castración-fetiche. Si la castración es una realidad incontrovertible el fetiche también lo es como defensa inevitable.

Desde el último Freud sabemos que la consecuencia del fetiche es la escisión del Yo. “Si esta grieta de la escisión del yo “se corriera” hacia la aceptación de la castración (desalojando el área de la desmentida), conduciría a una progresiva desaparición de la pulsión sexual generando la idealización del objeto.

Si en cambio la grieta “se corriera” hacia el área de la desmentida, la perversión dominaría las relaciones de objeto pudiendo llegar hasta desconocer la realidad misma (el delirio en lugar de la creación). El resultado deseado sería el equilibrio creativo entre el “ya lo sé” (reconocimiento de la castración) y el “pero aun así…” (acción de la desmentida que preserva la pulsión y su correlato: la fantasía).( 16)

“ El fetiche sería una bisagra que, al decir de Freud, implicaría un sí a la castración, al mismo tiempo que un triunfo sobre ella” lo que en decir de Marucco nos remitiría a la posibilidad estructurante “ de la satisfacción sexual, las condiciones del amor y la potencialidad de la creación.” (16).

Así pues, y ya desde Freud, cuanto más se anula la pulsión sexual más se idealiza el objeto.

En las perversiones, la renegación inaugura un mecanismo que desconflictua la castración a costa de crear una realidad nueva que niega la ley.

¿Cómo serian los celos en este caso? La siguiente viñeta clínica ilustra una conducta perversa como solución a la castración que los celos anuncian:

Una mujer entrada en los cuarenta consulta por presentar un cuadro ansioso depresivo despertado por la situación vital en que se encuentra: ha vuelto a la casa familiar de la que se fue con otro hombre, de quien esta enamorada, porque sus hijos respondieron con gran rechazo, no queriéndola ver… En la actualidad lo que más le atormenta es que sigue con este hombre y tiene engañado al marido y a los hijos. Quiere tratarse porque ella no puede estar con dos hombres.

La pareja, el marido y la paciente, se conocieron y se casaron después de un largo noviazgo. Era un hombre cariñoso, atento, pero poco sexual, lo cual no produjo ningún problema porque la paciente nunca tuvo un gran interés en la sexualidad, era algo más, pero sin mayor importancia. Después del primer hijo aumentó su desinterés por el sexo pero el marido empezó con celos que en principio eran pequeñas bromas sobre el abandono que sufren los hombres ante el nacimiento de los hijos. Pero, poco a poco, los celos aumentaron y sin llegar a ser delirantes si tiñeron la relación de pareja de un clima hostil y de desconfianza. El marido preguntaba demasiado, controlaba las salidas, el tiempo que tardaba en volver del despacho etc. De repente un día el marido descubre gracias a unos amigos que hay locales de intercambio de parejas y eso le atrae y se lo dice a la mujer. Poco a poco la relación entre ellos empieza a cambiar la sexualidad hasta entonces insignificante se convierte en tema central. El quiere que ella vaya vestida muy llamativa, como una puta, a lo que ella accede pero sin gran entusiasmo. Conocen gente y poco a poco establecen nuevas relaciones. Los celos desaparecen y en su lugar se estructura una relación pasional y promiscua. Relación que la mujer rechaza pero a la que se ve llevada, dice, por su sentimiento de culpa.

No desarrollo más este caso clínico porque lo que me interesa es más esa descripción en lo manifiesto en que una situación emocional compleja como son los celos y celos en el limite de lo delirante, pueden desaparecer de forma aparentemente paradójica.

El destino de los celos.

El destino natural de los celos es terminar en un duelo. Muchas de las complicaciones clínicas que vemos en pacientes supuestamente celosos tienen que ver con duelos patológicos y no por celos. Así pues, el diagnostico diferencial, como se dice en medicina es obligado en estas situaciones.

“Hace ya bastante tiempo fui una persona celosa, pero repentinamente los celos desaparecieron de mi vida, al tiempo que lograba superar una desagradable sensación de vértigo. Es curioso que ambas cosas se fueran tal como vinieron, sin hacer el menor esfuerzo consciente por evitarlo”. Estas palabras de una escritora, Nativel Preciado y publicadas en el número 13 de la Revista Diván el Terrible en Mayo de 2001, nos permiten un final enigmático al tema de los celos.




A modo de conclusión.



Los celos expresan el temor a la pérdida del objeto de amor.
Los celos anuncian el Complejo de Castración.
Los celos muestran el destino que tuvieron las experiencias de:
destete.
Complejo de Edipo.
Complejo fraterno.
Los celos, junto al duelo son la salvaguarda del mundo pulsional, en tanto obligan la recatectización de nuevos objetos.
Los celos terminan en la elaboración de un duelo.
Los celos atizan la vida pulsional.
Las estructuras clínicas muestran distintas formas de manifestación de los celos.

CELOS Y PERVERSION-R. Aguillaume
Lacan, J. (1994 ): La relación de objeto, El Seminario, Libro IV, Barcelona, Paidos.
Lagache, Daniel ( 1947 ): La jalousie amoureuse. Paris, PUF